jueves, 5 de agosto de 2021

Para bailar, no hace falta luz.

 

Para bailar, no hace falta luz.


Era jueves como a medio día y de la cocina salía el olor de una tortilla con cebollas, papas y queso blanco, que la mamá de Julio estaba haciendo a fuego lento.

-Buenos días mamá, deme la bendición, ¿cómo amaneciste?

-Dios te bendiga y te acompañe hijo, yo amanecí como siempre, trajinando un poco en la cocina, ya lavé y barrí la casa.

-¿Y ahora en donde vas a trabajar Julio?

-La verdad es que no lo sé, pero seguro que de tantas empresas que hay en Maracay alguna me dará trabajo y ojalá que no sea tan lejos. Descansaré este fin de semana y el lunes por la mañana me voy temprano a dar una vuelta por las empresas que están en Santa Rosa.

Después de almorzar con esa tortilla, que estaba bien sabrosa, Julio se acostó en el patio de la casa a descansar. Era un lugar bastante fresco porque estaba bajo la sombra de una mata de mango que había sembrado su papá en los mismos días que ocuparon la parcela en el 23 de Enero.

Estando en la cama recordó que su papa había tenido una enfermedad que le dejó los pies hinchados, y que según dijo el médico que lo atendía, era porque tenía piedras en los riñones.

A julio lo afectaba mucho ver a su viejo sufriendo por el dolor que sentía en la parte baja de su espalda y no poder trabajar.

Hacía seis meses que el señor Gregorio (el papa de Julio) le había comprado una parcela y una bodeguita al señor Serapio, que no la podía atender porque era policía y tenía que cumplir con sus guardias. La venta de la parcela y el negocio fue acordada en 1.500 bolívares. 

El negocio era apenas un rancho, donde había un mostrador de madera, dos tablas colgadas en la pared para colocar las mercancías, que no eran muchas, un peso colgado del techo y un pipote de metal para enfriar con hielo, los refrescos y las maltas.

El barrio y el negocio estaban comenzando su historia juntos. 

Casi al frente de la bomba de gasolina de la calle Carabobo en Santa Rosa, estaban los molinos de maíz de la familia Jiménez. El señor Marcos era el dueño y ese día estaba sentado en una silla de cuero recostado de la pared de su casa disfrutando el fresco de la tarde.

-¿Para dónde va el señor Gregorio? -le preguntó al papá de Julio apenas verlo.

-Para acá mismo vengo señor Marcos.

-¿Y en que le puedo servir?

- Quiero que me preste 500 bolívares para completar una plata que necesito para hacer un negocio.

- No hay problema, dígale a su señora que venga esta tarde para dárselos.

Y así fue como con los ahorros de Julio y el préstamo del señor Marcos, que se compró la parcela y la bodeguita de Serapio.  

La mamá de Julio iba  con Gilberto su hijo menor, casi todos los días, al Mercado Principal de Maracay el que está en la calle Santos Michelena. Allí compraba pequeñas cantidades de Maíz, Arroz, Pastas, Sobres de Sopa, Aceite comestible, Sal, Tomates, Cebollas y cualquier otra cosa que se pudiera vender detallada en el negocio; donde también se vendían espirales para repeler los zancudos, mechas para las cocinas de querosén, mantequilla detallada, cigarros, tabacos, chimó, queso llanero y mortadela que era picada en ruedas delgaditas con un cuchillo bien afilado.

Aún no habían puesto la luz eléctrica en el barrio. En algunas zonas había plantas de generación particular que daban el servicio a 15º 20 casas. Por lo tanto el alumbrado de las viviendas y el de la bodeguita, se tenía que seguir haciendo con improvisadas lámparas de querosén que ahumaban las paredes.

Los refrescos y las maltas se colocaban dentro de un pipote de metal, sobre el cual se ponían panelas de  hielo que Julio buscaba y traia en la bicicleta de reparto, desde la Planta Ganadera, en Santa Rosa.

Para ese entonces todas las calles del barrio 23 de enero eran de tierra, y cuando llovía era peligroso caminar por ellas. Más de uno tuvo que regresar a su casa a cambiarse la ropa, por haber caído en un barrial.

El agua corría libremente por las calles y  en varios sitios pasaba de una calle a la otra por el medio de las parcelas y las casas.

Una de esas parcelas por donde pasaba el agua  era la que estaba frente a la casa de Julio. En ella vivía la señora Margarita con Miguel su esposo que trabajaba como enfermero en el Hospital Central de Maracay. Tenían tres hijos, dos hembras y un varón. Y eran muy buenos amigos de los padres de Julio por ser prácticamente los fundadores del barrio, y los primeros que ocuparon las parcelas con sus respectivas familias.

Una de esas noches, los relámpagos y truenos pronosticaban que la tormenta sería  fuerte. Y el agua de la calle se metió con más fuerza que otras veces por medio de la casa de la señora Margarita.

A pesar del ruido de la lluvia se escucharon voces que gritaban desde afuera. La mamá de Julio se asomó por la ventana y vio que era la señora Margarita que estaba toda mojada, con una de sus hijas cargada en los brazos y cubierta con una toalla.

-Pase adelante vecina no se sigan mojando, vaya y acueste  la niña en aquel cuarto.

-Julio apúrate. Ponte un impermeable y ve a buscar a otra niña. Camina con cuidado no te vayas a resbalar  con la niña cargada.

Cuando Julio se disponía a cruzar la calle, le pareció ver que en la puerta de la casa de la señora Margarita estaba otra mujer cargando un niño. Luego supo que era una hermana que se había venido a vivir con ella para seguir estudiando.

Julio pasó el barrial de la calle junto con la hermana de la señora Margarita, cargando cada uno un niño en sus brazos.

Siéntense que les voy a preparar una manzanilla para que no se vayan a enfermar, les dijo la mamá de Julio.

Y Julio vio que la muchacha que no conocía, era una mujer como de 16 años, de bonito cuerpo, con un pelo castaño y ondulado que le caía sobre los hombros y unos ojos negros que casi hablaban bajo la luz de las lámparas de querosén. Y que dejaban ver una sonrisa que insinuaba algún misterio.

La señora Margarita los presentó. Su nombre era Carlota y estuvieron conversando  hasta que dejó de llover. Cuando se despidieron ella le dio la mano sonriendo y le dijo: hasta mañana.

Y Julio la miró a los ojos y le dijo: hasta mañana Carlota… ¡Se habían enamorado!

Julio había salido tres días seguidos en la bicicleta a ver si conseguía trabajo. Estuvo parado largo tiempo en la puerta de la “Empacadora California”, en “Envases Venezolanos” y en “Vasos Dixie”. Habló con los vigilantes pero en todas partes encontró avisos que decían: “Personal Completo” o “No hay Cargos Vacantes”.

Juan de Mata Méndez, era dos años mayor que Julio, vivía en el mismo barrio y era uno de sus mejores amigos, al punto de llamarse compadre uno al otro.

Juan trabajaba como vaciador de cerámica en  “Sanitarios Maracay”. Un día Julio le contó lo difícil que se le estaba poniendo conseguir trabajo, y Juan le habló de Pedro Germán Anzola, un señor que era vecino del barrio y el Secretario General del Sindicato de la “Corrugadora de Cartón”.

En esa época era una norma que los directivos de los sindicatos acompañaran y presentaran a la empresa, las personas que aspiraban ser nuevos trabajadores.

-Compadre vamos a su casa esta noche. Él vive en la primera casa que está al pasar el puente de la cuarta avenida de Santa Rosa, y hablamos con él. Yo estoy seguro que si  Anzola te da una carta consigues trabajo en la Corrugadora. De todos modos yo voy a ver qué puedo hacer mañana en la fábrica.

La semana siguiente Pedro Germán Anzola se presentó con Julio en la Corrugadora de Cartón. Llevaban una carta con membrete del Sindicato dirigida al jefe de Relaciones Industriales.

El señor Marchíani La Riva, era un hombre alto, bastante gordo, que usaba lentes, su corte de pelo era muy bajito y aparentaba tener un carácter bonachón. Durante la conversación de ese día con Anzola y Julio, les dijo que había sido oficial de la Guardia Nacional y que esta era la primera vez que trabajaba como Jefe de Relaciones Industriales.

Anzola después de presentarlos se retiró de la oficina y Julio se quedó hablando con el señor Marchíani.

-¿Y usted donde fue que trabajó antes? -Yo lo veo muy muchacho.

-Yo vengo de trabajar como Pesador de Anilinas, por casi cuatro años en el Departamento de Tintorería en Telares de Maracay.

-Cuénteme un poco de su familia, de cómo era su trabajo, que horarios trabajaba, quien era su jefe y por qué se salió usted de esa empresa tan buena.

Y Julio respondió con  seguridad todo lo que le estaban preguntando. Él quería y necesitaba quedarse trabajando en la Corrugadora. Esa era su oportunidad. Y le entregó al señor Marchíani  la carta de recomendación que le había dado el ingeniero Wilkesman.

-Por su experiencia y por lo que dice esta carta, lo que le puedo ofrecer y tenemos vacante en este momento es un puesto como depositario, en el almacén de repuestos. Si usted está de acuerdo lo voy a enganchar y después se verá si lo trasladamos a otro departamento.

Dígame si trajo el Certificado de Salud y su Cédula de identidad.

-Aquí los tiene.

-Le voy a sacar copia a la recomendación que usted trajo y  lo mandaré para un examen pre empleo con el médico de la empresa. Esto no se hacía antes pero la cláusula 22 del Contrato Colectivo contempla que a los nuevos trabajadores se les haga un examen médico antes de comenzar. Para la empresa es bueno poder detectar alguna enfermedad o hernia antes de contratar a alguien.

Venga esta tarde a las 2.00.

Mientras regresaba a Julio no le cabía el corazón en el pecho, de la alegría que traía por haber conseguido un nuevo trabajo. Mientras pedaleaba rumbo a su casa, pensaba en todo lo que le iba a contar a su mamá y lo alegre que ella se pondría.

Nada de recostarse, se bañaría, comería algo y  saldría de regreso para la Corrugadora. No podía llegar tarde a esa revisión médica.

El Doctor era un hombre como de 40 años, algo serio, de contextura delgada y parecía que era llanero. La consulta se realizó sin ningún inconveniente y Julio quedó apto para comenzar. Ahora iría buscar el carnet que lo identificaba como empleado de la empresa.

El trabajo como depositario era de mucha responsabilidad, pero las tareas no eran difíciles. Se concretaban en no permitir la entrada a ninguna persona extraña al almacén, mantener en orden los materiales y repuestos y llevar un control riguroso de los inventarios.

Julio sentía por primera vez la experiencia de trabajar sentado detrás de un escritorio.

En la pared del fondo del almacén había una puerta de hierro, que abría y se cerraba desde adentro. Esa puerta daba acceso a un pequeño taller donde se hacían y reparaban los troqueles que eran utilizados para dar formas a las cajas de cartón.

Un día trabajando el segundo turno Julio abrió la puerta y conoció al señor Antonio González, a quien los compañeros llamaban “El Catire”. Una persona que por esas casualidades de la vida también vivía en el 23 de Enero. Se hicieron muy buenos amigos y el Catire le fue enseñando por las tardes algunas cosas de su oficio.

Más de una vez estuvo Julio en el taller de troqueles, hasta que un día “El Catire Gonzales” le delegó algunas tareas sencillas. Así la jornada de Julio se hacía más amena.

Si alguien quería algo del almacén tocaba el timbre y julio dejaba lo que estaba haciendo. Los repuestos y otros materiales eran solicitados por  la taquilla del almacén,  por los operadores de las maquinas o los mecánicos.

Algunas veces era el mismo Julio quien llevaba hasta el taller las cosas que habían pedido por teléfono. Y así fue como conoció al señor Teófilo Macías, un mecánico de los más antiguos, que se había iniciado con el montaje de las  maquinarias y por eso era el que mejor conocía y reparaba sus fallas.

Se hicieron buenos amigos y cada vez que Julio podía iba a ayudarlo, así poder para aprender algo nuevo. Teófilo no era una persona egoísta, y a todo lo que Julio preguntaba le respondía de buena manera.

Ya se comentaba entre los Supervisores la actitud y la personalidad de Julio como trabajador, y varios querían que fuese asignado a su departamento.

Y ese día llegó… El lunes al entrar a la fábrica y después de marcar la tarjeta de asistencia, el vigilante le dijo que pasara por la oficina del señor Marchíani. Julio se sorprendió ya que no se imaginaba el motivo de esa llamada.

-Julio, la Superintendencia ha decido cambiarlo del almacén y por lo tanto usted pasa desde hoy mismo a trabajar en la planta. Este cambio implica que usted pasará a ganar el salario de un operario de segunda, que es de 24 bolívares por día. Felicitaciones.

-Vaya a la planta y busque al señor  Hilario Díaz quien será su Supervisor y le dirá lo que debe hacer. Recuerde que debe trabajar con mucho cuidado y evitar cualquier accidente en las máquinas. Vaya a buscarlo y siga siendo un buen trabajador.

Ahora a Julio se le presentaba la oportunidad de vivir una nueva experiencia. Los operarios de las máquinas eran hombres y las ayudantes mujeres. En el ambiente de la planta había distintos ruidos, generados por el funcionamiento de las máquinas, que se encontraban cerca unas de las otras.

Ahora no tenía amigos ni conocidos y los temas de conversación entre los trabajadores de la planta eran diferentes a los que Julio estaba acostumbrado a mantener con Teófilo Macías y el Catire González. Pero al poco tiempo se integró también con sus nuevos compañeros y Supervisores.

Más de una vez le solicitaron que se quedara trabajando después de terminar su turno, porque algún operario no había venido y ya él había aprendido a  operar las cortadoras, la máquina de particiones, la máquina de parafina, las plegadoras, las engrapadoras y la de troquelar.

En poco tiempo ya era un operario integral, al que solamente le faltaba aprender a trabajar en las impresoras.

Redoblar un turno es difícil ya que son 16 horas seguidas. Pero ese sobretiempo era pagado con un recargo del 40% más el porcentaje del bono nocturno, si se hacía de noche. Ese dinero extra compensaba el agotamiento y le permitía ahorrar algo más y cubrir los gastos de su casa.

Los primeros tres años en Corrugadora, trabajó bajo la supervisión de Andrés Godoy, Hilario Díaz, Francisco Madero y Antonio Riera, sin ninguna queja.

Las calles del barrio 23 de Enero comenzaron a ser niveladas. La  primera que quedó lista fue la Luisa Cáceres de Arismendi que hoy se llama Avenida Principal y es la que atraviesa el barrio desde la autopista regional del centro,  hasta la avenida Miranda.

Se estaba viendo como el gobierno invertía en el empotramiento de las cloacas. Ya habían comenzado a poner los medidores para el agua potable. Se comenzaron a colocar los postes para la luz y a vaciar el concreto de las aceras en algunas calles.

Por las noches no se veían tantas lámparas de querosén en las casas y se comenzaron a escuchar emisoras de radio y  televisión con noticias y música. ¡El 23 de Enero comenzaba a ser un barrio más de Maracay!

El señor Pedro era compadre del papá de Julio. Había nacido en Ocumare del Tuy en el estado Miranda y vivía con toda su familia al lado de la bodega. Ese sábado su hija Casilda cumpliría 15 años y por esa razón había invitado a los vecinos más cercanos a una fiestecita que sería amenizada con un arpista y un cantante de Joropo Tuyero.

-Compadre Gregorio. Dígale a Julio que venga un rato esta noche, para que nos acompañe.

-Julio. -¿qué vas a hacer esta tarde? le preguntó su papá.

-Creo que saldré con Juan de Mata a ver un programa de boxeo y lucha libre que están promoviendo en el club “Los Halcones Negros” que queda en la calle Colombia.

-Te informo que la hija del compadre Pedro cumple quince años y quiere que tú vayas a una fiestecita esta noche a su casa.

-Papá tú sabes que yo no tengo mucha amistad con ellos  y si voy me aburriré. Yo prefiero ir a ver el boxeo y la lucha libre.

-Tu vez lo que haces Julio, pero me dijo el compadre Pedro que también había invitado a Carlota, la hermana de la señora Martina.

Julio por algún motivo, en ese momento recordó el día que su papa le había pedido que lo ayudara a cortar un racimo de cambures que tenía en el patio, para después colgarlo y ponerle carburo para que maduraran. Y recordó también que ese día le dijo que cuando bajaran el racimo habría que cortar la planta para que salieran nuevos hijos.

Esa noche Julio se puso su mejor ropa y fue a la fiesta. Aún no habían puesto la luz eléctrica en la casa del señor Pedro pero las lámparas de querosén alumbraban bien el ambiente de la sala.

El arpista, el maraquero y el cantante, ya habían comenzado con su actuación. Al fondo de la sala estaba sentada Carlota, con su pelo sobre los hombros. Julio se acercó para saludarla y la invitó a bailar un Joropo que estaba comenzado a sonar.

Carlota estaba hermosa. Y al igual que Julio tampoco sabía bailar esa música, pero aceptó y poco a poco y sin pisarse, se fueron acoplando al ritmo alegre de las maracas y el sonido acelerado del arpa.

Varias veces bailaron esa noche, y en una de ellas Julio le preguntó a Carlota si quería ser su novia y ella sonriendo y mirándolo a la cara, le dijo que sí. Esa noche mientras regresaban a sus casas se dieron el primer beso.

Se casaron 10 meses después de aquel baile. El matrimonio civil fue  en la Prefectura Crespo, la que está cerca de la plaza Girardot de Maracay. Y la boda eclesiástica se realizó en la iglesia del barrio y fue celebrada por el padre Juan José.

Su primer hijo nació el 5 de marzo de 1963, en el hospital del Seguro Social de Maracay y le pusieron por nombre Roberto Adrián.