Estos cuentos tienen la intención de compartir algunas
de las experiencias de un joven humilde como muchos en el mundo. Que aprendió a
vivir estudiando y haciendo.
Una persona que a pesar de las dificultades, supo
levantar a su familia y se destacó por su honestidad y una actitud positiva permanente. Un joven que sin dejar
de ser joven, mostró ante sus jefes, amigos y compañeros, seriedad,
inteligencia y responsabilidad.
Tengo la esperanza de que estos cuentos y sus
ejemplos, puedan servir para levantar el ánimo de otras personas frente a situaciones
que se le puedan presentar en la vida, el trabajo o la familia. Ojalá que así
sea.
Creo que he dejado de mencionar anécdotas y personas
en estos cuentos, no porque no hayan sido importantes en la vida de Julio, sino
que esos momentos y nombres lamentablemente se escaparon de su memoria.
A las personas que compartieron con Julio, como
jefes, compañeros y amigos, les doy las gracias en su nombre.
Quizá no
todo fue como aquí se relata, pero sí es como Julio quería
que fuera.
! Que Dios les bendiga!
El Autor.
INDICE
Pág. 2. Prologo.
Pág. 3 y 4. Índice.
Pág. 5. Y le dieron una escoba como si fuera un
fusil.
Pág. 15. De una escoba a un laboratorio.
Pág. 32. El último día en la Tintorería.
Pág. 37. Para bailar no hace falta luz.
Pág. 55. Por tocar el “Guiro” y “hacer el coro en
una Guaracha.
Pág. 68. Una promesa al Doctor José Gregorio
Hernández.
Pág. 84. Dos aumentos de sueldo en un mes.
Pág. 97. Disculpen estoy en el Taller.
Pág. 109. Campana y Ducto en láminas de
galvanizado.
Pág. 119. No le gustó el olor de un mango maduro.
Pág. 130. Me dijo que me quedara y él se fue
primero.
Pág. 146. Un Decreto presidencial y un nuevo
embarazo.
Pág. 157. Marlene tenía el turno de la tarde.
Pág. 170. La Paella Valenciana.
Pág. 185. El Embajador le regaló un Pisapapeles.
Pág. 193. Factor de Éxito, C.A.
Pág. 201. De nuevo en la Cámara de Industriales.
Pág. 205. En la Hacienda Santa Teresa.
Pág. 211. En el CODET
Pág. 219. La estudiante de Periodismo.
Pág. 237. El agua que pasó bajo los puentes.
Cuentos
de Julio (1)
Y
le dieron una escoba como si fuera un fusil.
Aquel
lunes 22 de octubre de 1958 como a las 8 de la mañana y a 9 meses del derrocamiento de la dictadura
del general Marcos Pérez Jiménez, las calles de Maracay amanecieron mojadas ya
que durante la noche había llovido un poco. En la puerta de los Telares de
Maracay se encontraba esperando, una cantidad de personas que aspiraban conseguir
un puesto de trabajo en esa importante empresa.
Caminando
por la calle Mariño rumbo a la Plaza Girardot venia un joven de unos 14 años,
aún sin desayunar, traía una cajita de madera recién hecha bajo el brazo, para
limpiar zapatos y llevar algo de dinero para su casa. El sueño de ese muchacho era
ofrecer la limpieza del calzado a los caballeros que encontrara sentados en los
bancos. Sería su primer trabajo.
Él
sabía que una limpiada sencilla le permitiría ganar Bs. 0,50 y que si lo que el
cliente quería era una pulida, serían
Bs. 0,75. Con la primera limpiada tenía pensado comprar una empanada y un
refresco para desayunar.
Cuando
Julio se acercó a la puerta donde estaba la gente esperando pregunto qué pasaba
y le dijeron que estaban metiendo personal para trabajar como obreros y que ese
día serían como 100 los que iban a ingresar.
El
único requisito que pedía la empresa era tener la cedula de identidad y una
fotografía de frente, la cual por casualidad
Julio tenía guardada en su cartera junto con su carnet de estudiante del
Liceo José Luis Ramos.
¿Y
qué pasa, -se preguntó Julio, si yo me
meto en esta cola y encuentro un trabajo como obrero en vez de estar limpiando
zapatos? -Yo tengo 14 años, soy un
hombre alto, ya me afeito la cara y a lo mejor cuando hable con ellos creen que
tengo más edad y me contratan. Y así lo hizo.
Como
a las 11 de la mañana todo nervioso y con muchos deseos de logar el trabajo, Julio pasó junto con tres señores a
la oficina donde estaban entrevistando a los aspirantes. Antes de entrar a la
fábrica dejó la caja de limpiar zapatos con uno de los vigilantes y le dijo: “me
la cuida” por favor.
La
persona encargada de seleccionar al personal era un señor como de 50 años, de
pelo castaño, algo gordo y de aspecto bonachón. Cuando le tocó el turno de la
entrevista el hombre lo miró por encima de sus lentes y le preguntó:
-¿Cuántos
años tiene usted?
-Dieciséis,
dijo Julio inmediatamente.
-Pero
a personas tan jóvenes como usted no las podemos contratar como obreros. La ley
del trabajo no lo permite. ¿Usted no está estudiando?
-No
señor, tuve que dejar los estudios de bachillerato hace poco para trabajar y
ayudar al sostenimiento de mí casa.
El
hombre se quedó en silencio mirando la cara de Julio, pensando en lo que el
muchacho le había dicho y quien sabe en quién y qué otras cosas… Y le dijo:
-Mire
joven yo lo voy a enganchar bajo mí responsabilidad, pero usted tiene que prometerme que no va a
decir nada de esto a nadie. Que cumplirá puntualmente con su horario y que
acatará las instrucciones de sus jefes. Si no lo hace y me llega cualquier
queja de su desempeño, esté seguro que lo despido. Lo vamos a contratar como
aprendiz y su sueldo para comenzar será de Bs. 5 por cada día.
Deme
su cédula y su foto para hacer el expediente y afiliarlo de una vez en el
Seguro Social.
Y
así fue como aquel 22 de octubre de 1958 se inició la vida de adulto, para un
muchacho con sueños de hombre, que apenas había comenzado a transitar las
calles de Maracay, pero cargado de responsabilidad y confianza en sí mismo.
El
primer día a Julio el corazón no le cabía en el pecho. Frente al reloj de
control dio las gracias a Dios y marcó por primera vez en su vida una tarjeta
de asistencia, que ya estaba identificada con su nombre y el número de su ficha
escrito a mano.
Como
los ingresos habían sido muchos en un mismo día, el departamento de personal
tenía confusiones sobre a qué departamento de la fábrica debería estar asignada
cada persona.
A
julio le entregaron un carnet azul con su foto que lo identificaba como
trabajador del Departamento de Mantenimiento de Telares de Maracay. Después le
dieron dos pantalones y dos camisas de color beige y un impermeable negro.
Luego
lo enviaron al taller mecánico donde lo
recibió un ingeniero alemán, que lo primero que preguntó, apenas saludarlo, fue
si sabía barrer y casi de inmediato le entregó una escoba. Se la dio de la
misma forma en que un oficial le entregaría el fusil a un soldado.
Julio
ese día barrió el taller con entusiasmo cuidando no dejar nada sin recoger, de
las virutas que se desprendían de los tornos y los trapos y papeles empapados
de aceite que dejaban los mecánicos en el piso.
Así
estuvo trabajando con su escoba, en medio del interesante ruido que hacían los
tornos, las fresas y los cepillos del departamento. Como a las 11 de la mañana el ingeniero bajó de la oficina y le dijo:
Mire joven lo estoy viendo barrer desde hace rato y así no es como se barre: “usted
tiene que voltear la escoba de vez en cuando para que se gaste parejo”. -Y
Julio aprendió a barrer.
Cuando
el muchacho llegó a su casa ya eran como
las 6 de la tarde y encontró a su mamá preocupada, porque él nunca se
demoraba tanto en regresar de la calle. Julio la abrazó, le dio un beso en la
frente y le dijo:
-Bendición
mamá.
-Dios
te bendiga hijo.
-¿Que
te pasó que te fuiste esta mañana temprano y llegas a esta hora vestido con esa
ropa?
-¡Es
que encontré un trabajo en los Telares de Maracay, y comencé hoy mismo!
-¡Pero
si tú apenas eres un muchacho! -¿Cómo es eso de que estás trabajando en una
empresa?
Y
Julio le dijo cómo habían sido las cosas, lo agradecido que estaba con el señor
que lo entrevistó y las demás experiencias que tuvo que vivir durante ese día.
-Seguro
que traes hambre. -¿Qué comiste hoy?
-Mamá,
uno de los compañeros que comenzó conmigo llevaba una arepa grande con queso y
al ver que yo no estaba comiendo me dio la mitad de la suya. Eso es lo que
traigo en el estómago. Pero de verdad que con las emociones del trabajo ni
cuenta me di que no había comido.
-Mañana
te desayunas bien antes de salir y te llevas una arepa para que almuerces. -Una
persona no debe trabajar sin comer. Anda, échate un baño mientras te preparo
algo para que cenes y después les cuentes a tu papá y a tu hermano todas esas cosas que me dijiste. -Yo sé que
se van a alegrar bastante.
Pasó
la primera semana y como a las 12 del mediodía del sábado primero de noviembre Julio
cobró el primer sueldo de su vida, después de firmar un recibo que indicaba los
detalles y el total del dinero devengado en esa semana:
Nombre del Trabajador:
Julio Hernández Luis.
Ficha:
22314
Periodo:
Del 22 de Octubre de 1958 al 27 de Octubre de 1958
Días trabajados:
6
Domingo / Feriado:
1
Total ingresos:
Bs. 35.00
Menos
deducciones:
Seguro Social:
Bs. 2,45
Cantina:
Bs. 0,00
Total a recibir:
32,55
Julio
al recibir ese primer pago se sintió muy alegre. Ya tenía algo de dinero para
llevar a su casa. Y pensaba: -¿Qué diría su mamá al recibir el primer sueldo de
su hijo mayor? -¿Cómo se pondría y que diría su papá?
Julio
no tenía bicicleta como muchos de sus compañeros y el autobús lo dejaba lejos
de la casa. Por eso decidió irse caminando como siempre lo hacía y con el dinero
bien guardado en el bolsillo del pantalón.
Al
llegar a la Calle San Miguel, desde la esquina del Cementerio La Primavera,
Julio vio que aún con el calor que había muchas personas estaban visitando y
llevando flores a las tumbas de sus difuntos. Y se preguntó: -¿Y si yo hago
algo más de dinero antes de llegar a la casa?
Y
se le ocurrió comprar una caja de refrescos fríos en la licorería “El Tuqueque”
y pedir prestado un destapador. Con el mismo entusiasmo alzó la caja, se la
puso al hombro, y a pleno mediodía
entró a ofrecerlos a quienes estaban trabajando en la limpieza de las tumbas y
a las que habían ido a visitar a sus deudos.
Los
refrescos los compraba a 0,25 céntimos cada uno y como la caja traía 24
botellas tenía que pagar en la licorería 6 bolívares por cada caja, y además
dejar 4 bolívares en garantía, por las botellas vacías que deberían regresar
completas.
Decidió
vender cada refresco a tres lochas, es decir a 0,37 céntimos cada uno y así se
ganaría por cada caja 24 lochas, es decir 3 bolívares.
Luego
de 4 horas de entrar y salir del cementerio a pleno sol y con su caja al hombro,
Julio había vendido 4 cajas de refrescos y había ganado 12 bolívares, que
sumados a los 32,25 que se ganó barriendo el taller eran 44,25 bolívares que ahora
llevaría para su casa.
La
mamá y el papá de Julio se alegraron y lloraron al recibir el dinero de su hijo,
que ya no era tan muchacho, pues con apenas 14 años les había demostrado que
podía cumplir con sus obligaciones y responsabilidades como cualquier hombre, trabajando
para una empresa.
Yo
de esta empresa no me voy. Aquí tiene que haber algo que yo aprenda a hacer
para quedarme. Voy a hacer amistades y estaré pendiente de lo que escuche de
mis compañeros para saber que hicieron para quedarse.
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