Cuando los
colibríes cantan Dios se acerca.
…Esa tarde en el Paraíso no había calor ni brisa, solamente se sentía la luz del sol que al pasar por las ramas de los árboles se encargaba de llenar de figuras y sombras difusas, el viejo piso de la plaza el Edén.
Roberto levantó
la mirada del cuaderno donde está escribiendo sus historias y vio que venía
caminando hacia donde él estaba su amigo de siempre, el padre Elvidio. Allá
venía con su pantalón negro, con la camisa blanca de manga larga y los
lentes bifocales de montura negra en el bolsillo.
Elvidio
era un hombre que a pesar del fuerte trabajo que realizaba y 60 y pico de años
a cuestas se mantenía bien físicamente y no aparentaba ni en su cara ni en el
cuerpo el tiempo vivido, apenas algunas canas comenzaban a brillar en su
cabello negro y su andar se había hecho un poco lento lo que indicaba que allá
venía un hombre con experiencia.
Cuando
Elvidio estuvo como a tres pasos,
Roberto lo miro a la cara y con entusiasmo y alegría le preguntó:
-
Hola Elvidio cuanto tiempo sin verte, ¿Cómo está la vaina?
Y
el Padre con una sonrisa de picardía le respondió:
-Por
aquí “meando” Roberto, llevando la palabra de Dios y salvando almas por estos
pueblos. ¿Y tú que haces?
-Pues
yo como siempre Padre, con las “paledonias en la mano”. Y diciendo esto le picó
un ojo al padre, levantó la mano derecha y le mostró una “Catalina grande” que
tenía envuelta en un papel para compartirla más tarde con “quirófano”.
-Roberto
tu como siempre echando vainas, no te enserias ni cuando estás enfermo. ¿Desde cuándo
no ves a Pascual? Es que Damián el zapatero, me informó que él le dijo que
quería conversar conmigo.
-La
verdad Elvidio es que hace como tres meses que no veo a ese muchacho por estos
lados, debe estar con su familia: El desde que se casó con Nubia Guadalupe se
fue con ella para la capital a vivir y a estudiar, seguramente ya estarán
graduados, tendrán hijos y hasta habrán conseguido un buen trabajo. Se lo merecen,
son muy buenos.
-No
te preocupes Elvidio que si lo veo pasar por aquí o por “Casicasi” le digo que
tú quieres hablar con él y así aprovecho para preguntarle algunas cosas que me
van a servir para este libro que estoy escribiendo.
-Está
bien Roberto te encomiendo esa tarea y te recuerdo que estás perdido de la
iglesia, hace bastante tiempo que no te veo por allá. Sería bueno que un
domingo de estos te acercaras para orar un poco y a escuchar junto con tus
vecinos la palabra de Dios.
-
Elvidio tu sabes que yo soy un hombre creyente,
pero de poca oración y además esos bancos de madera que tienes en la iglesia
son muy duros, en cambio estos de cemento que también son duros yo los tengo
puliditos de tanto sentarme en ellos.
-Otra
cosa Elvidio, te voy a decir algo que no le he dicho a nadie para que no crean
que estoy loco, pero por las tardes,
cuando la ardilla baja a comer y comienzan los colibríes a cantar, Dios también
se acerca a este banco y se pone a
hablar con nosotros: Yo sé por Su mirada que El me escucha, y yo de vez en
cuando también oigo lo que me dice en medio de la brisa que mueve las ramas de
los caobos y que deja pasar el canto de los pájaros.
Elvidio
lo miró con cariño, le puso una mano en el hombro y le dijo:
-Tienes
razón amigo, eso es verdad y yo sé de eso.
Antes
de marcharse el padre le dio a Roberto dos aguacates que traía en una bolsa de
tela y le dijo:
-Ya
están maduros para que te los comas mañana con tu mujer en el desayuno. Y
siguió su camino para la iglesia.
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