Para
bailar, no hace falta luz.
Era jueves como a medio día y de la cocina salía el olor de
una tortilla con cebollas, papas y queso blanco, que la mamá de Julio estaba
haciendo a fuego lento.
-Buenos días mamá, bendición, como amaneciste?
-Dios te bendiga y te acompañe hijo, yo amanecí como
siempre, trajinando un poco en la cocina, ya lavé la ropa y barrí la casa.
-¿Y ahora en donde vas a trabajar Julio? Le preguntó la mamá.
-La verdad es que no lo sé, pero estoy seguro que de tantas
empresas que hay en Maracay, alguna me dará trabajo y ojalá que no sea tan
lejos. Descansaré este fin de semana y el lunes por la mañana voy a salir
temprano a buscar por Santa Rosa.
Después de almorzar con esa tortilla, que estaba bien
sabrosa, Julio se acostó a descansar en el patio de la casa que era bastante
fresco, porque había un lugar bajo un
techo que fue construido a la sombra de una mata de mango, que fue sembrada por
su papá. En los mismos días que ocuparon la parcela que les asignaron en el 23
de Enero, para que construyeran su vivienda.
Estando en la cama, recordó la enfermedad que había tenido
su papa, la que le había dejado los pies
hinchados y que según el médico que lo estaba atendiendo era por tener piedras
en los riñones. A julio lo afectaba mucho el ver a su viejo sufriendo por no
poder ir trabajar y por el dolor que sentía en la parte baja de su espalda.
Hacía como seis meses que el señor Gregorio, el papa de
Julio, había comprado una parcela y una bodeguita, al señor Serapio, que no la
podía atender todo el tiempo, porque era policía y tenía que cumplir con sus
guardias. La venta de la parcela y el negocio fue acordada en Bs. 1.500,00. El negocio era apenas un mostrador de maderas,
dos tablas colgadas en la pared para colocar las mercancías, que no eran
muchas, un peso colgado del techo y un pipote de metal, para enfriar con hielo los
refrescos y las maltas. El barrio y el negocio estaban comenzando su historia
juntos.
Casi al frente de la bomba de gasolina de la calle Carabobo,
en Santa Rosa, estaban ubicados los molinos de maíz de la familia Jiménez, y el
señor Marcos que era el dueño, ese día estaba recostado de la pared del frente
de su casa, sentado en una silla de cuero, tomando el fresco de la tarde.
-¿Para dónde va el señor Gregorio?, preguntó apenas verlo.
-Para acá mismo vengo señor Marcos.
-¿Y en que le puedo servir?
- Quiero ver si usted me presta unos 500 bolívares, para
completar una plata que necesito para hacer un negocio.
- No hay problema señor Gregorio, dígale a su señora que
venga esta tarde, para dárselos.
Y así fue como con los ahorros de Julio, guardados de su
trabajo en los Telares de Maracay y el
préstamo del señor Marcos, como se compró la parcela y bodeguita de Serapio.
La mamá de Julio iba casi todos los días con Gilberto, su
hijo menor, en autobús al Mercado
Principal de Maracay, el que está en la calle Santos Michelena, para comprar
pequeñas cantidades de Maíz, Arroz, Pastas, Sobres de sopa, Aceite comestible,
Sal, Tomates, Cebollas y cualquier otra cosa que se vender detallada en el
negocio; donde también se vendían espirales para repeler los zancudos, mechas
para las cocinas de querosén, mantequilla detallada, cigarros, tabacos, queso
llanero y mortadela, que era picada con cuchillo en ruedas delgaditas.
Aún no habían puesto luz eléctrica en el barrio, en algunas
zonas habían plantas de generación, que daban el servicio a 15º 20 casas,
mientras tanto el alumbrado en las viviendas y en la bodeguita, se hacía con
improvisadas lámparas de querosén que ahumaban las paredes. Los refrescos y las
maltas se colocaban dentro de un pipote, sobre el cual se ponían panelas
de hielo, que Julio traía en una
bicicleta de reparto desde la Planta Ganadera, en Santa Rosa.
Para ese entonces todas las calles eran de tierra y cuando
llovía era peligroso caminar por ellas, más de uno tuvo que regresar a su casa
cambiarse la ropa, por haber resbalado y caído en el barrial. El agua corría torrencialmente
por las calles y en varios sitios pasaba
de una calle a otra por el medio de las casas. Una de esas parcelas por donde
pasaba el agua de las lluvias era la que estaba exactamente frente a la casa de Julio, en ella vivía la
señora Margarita con Miguel su esposo, que trabajaba como enfermero en el
Hospital Central de Maracay, ellos tenían tres hijos, dos hembras y un varón.
Eran muy buenos vecinos y amigos de la mamá y el papá de Julio, por ser prácticamente
los fundadores del barrio y ser los primeros que ocuparon las parcelas con sus
respectivas familias.
Una de esas noches en que la lluvia, el viento, los
relámpagos y los truenos, pronosticaban que la tormenta sería fuerte, el agua de la calle se metió por el
medio dela casa de la señora Margarita.
A pesar del ruido de la lluvia se escucharon voces que
gritaban en la puerta de la casa. La mamá de Julio se asomó a la ventana y vio
que era la señora Martina que estaba toda mojada, con una de sus hijas cargada,
cubierta con una toalla.
-Pase adelante vecina, no se sigan mojando, vaya y acueste a
la niña en aquel cuarto.
-Julio, póngase un impermeable y vaya a buscar a otra niña. Camine
con cuidado y no se vaya a resbalar con
la niña cargada.
Cuando Julio se disponía a cruzar la calle, le pareció ver
que en la puerta de la casa a donde tenía que ir, estaba otra mujer cargando un
niño en sus brazos. Luego supo que era una hermana de la señora Margarita, que
se había venido hacía poco para vivir con ella y seguir estudiando. Julio fue a la casa y pasaron juntos el barrial de la
calle, cada uno con un niño en sus brazos.
Siéntense que les voy a preparar una
manzanilla, para que no se vayan a enfermar, dijo la mamá de Julio.
Y Julio vio que la muchacha que no conocía, era una mujer
como de 16 años, de bonito cuerpo, con un pelo castaño y ondulado que le caía
sobre sus hombros y unos ojos negros que casi hablaban bajo la luz de las
lámparas de querosén, mientras dejaba entrever una sonrisa que insinuaba algún misterio.
La señora Margarita los presentó, su nombre era Carlota y estuvieron conversando
hasta que dejó de llover. Cuando se
despidieron ella le dio la mano y le dijo hasta mañana. Y Julio la miró a los
ojos y le dijo, hasta mañana Carlota. Se habían enamorado.
Ya había salido por tres días seguidos en la bicicleta, a
ver si conseguía trabajo, estuvo parado por largo tiempo en las puertas de la
Empacadora California, Envases Venezolanos y en la de Vasos Dixie, habló con
los vigilantes, pero en todas a las que iba encontraba avisos que decían
“Personal Completo” o “No hay Cargos Vacantes”.
Juan de Mata era dos años mayor que Julio, vivía en el mismo
barrio y era uno de sus mejores amigos y se llamaban compadre uno al otro. Juan
trabajaba como vaciador de cerámicas en la empresa Sanitarios Maracay. Un día
se encontraron y Julio le contó lo difícil que se le estaba poniendo conseguir
trabajo y ese mismo día fue cuando Juan le habló de Pedro Germán Anzola, quien era vecino del barrio y que también era el Secretario General del
Sindicato de la Corrugadora de Cartón. En esa época era casi una norma que los
sindicatos presentaran a los que aspiraban ser nuevos trabajadores a las
empresas.
-Compadre, vamos a su casa esta noche; yo sé donde queda, él
vive al pasar el puente de la cuarta avenida de Santa Rosa, vamos y hablamos
con él, yo estoy seguro que si el señor Anzola te da una carta, consigues
trabajo en Corrugadora. De todos modos yo voy a ver qué puedo hacer mañana en
la fábrica.
La semana siguiente el señor Pedro Germán Anzola presentó a
Julio en la Corrugadora, iban con una carta de recomendación del Sindicato, dirigida
al jefe de Relaciones Industriales.
El señor Marchíani los recibió, era un hombre alto, que
usaba lentes, su corte de pelo era muy bajito, bastante gordo y de carácter
bonachón. Durante la conversación de ese día, les dijo que había sido oficial
de la Guardia Nacional y que esta era la primera vez que trabajaba como jefe de
Relaciones Industriales. Anzola se retiró de la oficina y Julio se quedó con el
señor Marchíani.
-Y usted donde trabajó antes, yo lo veo muy muchacho, dijo
para iniciar la entrevista.
-Yo vengo de trabajar como Pesador de Anilinas, por casi
cuatro años, en el departamento de Tintorería de los Telares de Maracay.
-Cuénteme un poco de su familia, y de cómo era su trabajo,
que horarios trabajaba, quien era su jefe y por qué salió usted de esa empresa
tan buena.
Y Julio respondió con seguridad todo lo que le estaban preguntando.
Él quería quedarse trabajando en la Corrugadora, esa era su oportunidad y le
entregó al señor Marchíani una carta de
recomendación que le había dado el ingeniero Wilkesman.
-Por su experiencia y por esta carta, aquí lo que tenemos
vacante en este momento es un puesto como depositario del almacén de repuestos,
si usted está de acuerdo lo voy a enganchar para que vaya aprendiendo y después
se verá. Dígame si trajo el Certificado de Salud y su Cédula de identidad.
-Aquí los tiene.
-Le voy a sacar una copia a la recomendación que usted
trajo y le voy a mandar a hacer un
examen con el médico de la empresa. Esto no se hacía antes, pero la cláusula 22
del Contrato Colectivo contempla que a los nuevos trabajadores se les haga un
examen pre empleo. Y para la empresa es bueno poder detectar alguna hernia
antes de contratar a una persona. Venga esta tarde a las 2.00 PM.
A Julio no le
cabía el corazón en el pecho de la alegría que tenía por haber conseguido un
trabajo. Mientras pedaleaba pensaba en todo lo que le iba a contar a su mamá y
lo alegre que se pondría. Nada de recostarse, se bañaría, comería algo y de
inmediato saldría de regreso. No podía llegar tarde a esa revisión médica.
El Doctor era un hombre como de 40 años, algo serio, de
contextura delgada, y a Julio le pareció que era de origen llanero. La consulta
se realizó sin ningún inconveniente y quedó apto para trabajar, ahora debería
ir a la oficina a buscar el carnet con el número de su ficha, que portaría en el
bolsillo de su camisa y que lo identificaba como empleado de la empresa.
El trabajo como depositario era de mucha responsabilidad,
pero las tareas no eran difíciles, se concretaban en no permitir la entrada a ninguna
persona al almacén, mantener en orden los materiales y repuestos y llevar un
control riguroso de los inventarios. Ahora Julio sentía por primera vez en su
vida la experiencia de trabajar, sentado detrás de un escritorio.
En la pared del fondo del almacén había una puerta de hierro
que se cerraba y abría desde adentro, esa puerta daba acceso a un pequeño
taller donde se hacían y reparaban los troqueles que se utilizaban para
procesar las cajas de cartón. Un día en el segundo turno, Julio abrió la puerta
y conoció al señor Antonio González a quien los compañeros llamaban “El Catire”,
una persona que por esas casualidades de la vida vivía en el mismo barrio. Se
hicieron buenos amigos y el Catire le fue enseñando algunas cosas de su oficio.
Más de una vez estuvo Julio en ese taller de troqueles, viendo y preguntando,
hasta que un día “El Catire Gonzales” le delegó algunas tareas sencillas de su
oficio. Así la jornada de Julio se hacía más amena.
Los repuestos casi siempre eran solicitados por la taquilla del almacén, por los operadores de las maquinas o los
mismos mecánicos. Algunas veces era el mismo Julio quien llevaba hasta el
taller mecánico lo que le habían pedido por el teléfono y así fue como conoció
al señor Teófilo Macías, un mecánico de primera, de los más antiguos de la
empresa y que se había iniciado con el montaje de las primeras maquinarias y por
eso era quien mejor conocía y reparaba sus fallas. Se hicieron buenos amigos y
en los ratos que Julio podía, siempre iba a ayudarlo, para aprender algo nuevo.
Teófilo no era egoísta, y a todo lo que Julio preguntaba le respondía.
Ya se comentaba entre los Supervisores la actitud y la
personalidad de Julio como trabajador. Y varios querían que fuese asignado a su
departamento. Y ese día llegó… El lunes, al entrar a la fábrica y después de
marcar la tarjeta de control, el vigilante le dijo que debería pasar por la
oficina del señor Marchíani. Julio se sorprendió, ya que no se imaginaba el
motivo de esa llamada.
-Julio, le tengo una buena noticia, la Superintendencia de la
empresa ha decido cambiarlo del almacén y por lo tanto usted pasa desde hoy a
trabajar en la planta. Este cambio implica que usted pasará a ganar el salario
de un operario de segunda, que es de 24 bolívares por día. Felicitaciones. Vaya
a la planta y busque al señor Hilario
Díaz, quien será su supervisor, él le dirá lo que debe hacer. Recuerde que debe
trabajar con cuidado, y evitar cualquier accidente en las máquinas y siga
siendo un buen trabajador.
Ahora se le presentaba toda una nueva experiencia, los
operarios eran hombres y las ayudantes mujeres, había los distintos ruidos de las
máquinas, que estaban alineadas cerca unas de otras. No tenía amigos y los temas
de conversación entre los trabajadores eran diferentes a los que Julio estaba
acostumbrado. Pero se acostumbró y se integró rápidamente con sus compañeros y
supervisores.
Más de una vez le solicitaron quedarse trabajando después de
terminar el turno, porque algún operario había faltado y el ya conocía como operar las cortadoras, la máquina de
particiones, la máquina de parafina, las plegadoras, las engrapadoras y la de
troquelar. En poco tiempo Julio ya era un operario integral, al que solamente
le faltaba aprender a trabajar en las impresoras. Redoblar un turno es difícil,
son 16 horas seguidas, pero ese sobretiempo era pagado con un recargo del 40%
más el porcentaje del bono nocturno, si el redoble se hacía de noche. Y ese
dinero extra le permitía ahorrar y seguir ayudando a su casa.
Los primeros tres años había trabajado bajo la supervisión
de Andrés Godoy, Hilario Díaz, Francisco Madero, Antonio Riera y otros
supervisores, sin ninguna queja.
Las calles del barrio comenzaron a ser niveladas, la primera que quedó lista fue la Luisa Cáceres
de Arismendi, que hoy se llama Avenida Principal y es la que atraviesa el
barrio desde la autopista hasta la avenida Miranda. Se estaba viendo como el
gobierno invertía en el empotramiento de las cloacas, venían poniendo los
medidores para el agua, comenzaron a colocar los postes para la luz y a vaciar
el concreto de las aceras en algunas de las calles. Ya no se veían tantas
lámparas de querosén en las casas y se comenzaron a escuchar emisoras de radio
y televisión con noticias y música.
El señor Pedro era compadre del papá de Julio, había nacido
en Charallave, en el estado Miranda y vivía al lado de la bodega con toda su
familia. Ese sábado su hija Casilda cumpliría 15 años y por esta razón había
invitado a los vecinos más cercanos a una fiestecita que sería amenizada con un
arpista y un cantante de Joropo Tuyero.
-Compadre Gregorio, dígale a Julio que venga un rato esta
noche, para que nos acompañe.
-Julio, ¿que vas a hacer esta tarde? preguntó su papá.
-Creo que saldré con Juan, a ver un programa de boxeo y
lucha libre, que están promoviendo en el club “Los Halcones Negros”, que queda
en la calle Colombia.
-La hija del compadre Pedro cumple hoy quince años y él
quiere que vayas a una fiestecita a partir de las 7 de la noche hoy en su casa.
-Pero papá tú sabes que yo no tengo confianza con ellos, y si
voy me aburriré. Yo prefiero ir a ver el boxeo y la lucha libre.
-Tu vez lo que haces, pero me dijo el compadre Pedro que también
había invitado a Carlota, la hermana de la señora Martina.
Julio por algún motivo recordó el día en que su papa le
pidió que lo ayudara a cortar un racimo de cambures que tenía en el patio, para
colgarlo y ponerles carburo para que se maduraran. Y le dijo que tendrían que cortar
la planta para que salieran nuevos hijos.
Julio esa noche se puso su mejor ropa y fue a la fiesta, aún
no habían puesto la luz en la casa, pero las lámparas de querosén alumbraban
bien el ambiente. El arpista, el maraquero y el cantante habían comenzado su
actuación. Al fondo de la sala, estaba Carlota, se acercó a ella y la
invitó a bailar un Joropo Tuyero. La muchacha estaba hermosa y tampoco sabía
bailar esa música, pero poco a poco y sin pisarse, se fueron acoplando al ritmo
de las maracas y el sonido acelerado del arpa. Fueron varias las veces que
salieron a bailar y en una de ellas Julio le preguntó a Carlota si quería ser su
novia y ella mirándole la cara, le dijo emocionada que sí. Esa noche mientras
regresaban a sus casas se dieron su primer beso.
Su primer hijo nació el 5 de marzo de 1963, en el hospital
de Seguro Social de Maracay.
Esta historia continúa…
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