martes, 28 de septiembre de 2021

El Regalo

 


Apreciados amigos,

Hace unos días (15/09) les dije que estaba preparando un programa de motivación y crecimiento personal; bien, hoy les cuento que todo va bien, pero habrá que esperar un poco más para poder informar sobre los objetivos que espero lograr con esta idea.

Mientras tanto y estando próximas las navidades de este año, he decidido regalar por tiempo limitado, el acceso a mis cuatro libros.

Para bajarlos deben entrar al siguiente enlace:  (eliminado)   y luego enviarme un mensaje con su nombre completo, para saber quiénes ya los tienen.

Espero les agrade este regalo y poder recibir sus valiosos comentarios y recomendaciones sobre los libros.

Mientras tanto los saluda,

Roberto Rolo Luis

viernes, 3 de septiembre de 2021

Cuando los Colibríes cantan Dios se acerca.

 

Cuando los colibríes cantan Dios se acerca.  


…Esa tarde en el Paraíso no había calor ni brisa, solamente  se sentía la luz del sol que al pasar por las ramas de los árboles se encargaba de llenar de figuras y sombras difusas, el viejo piso de la plaza el Edén.

Roberto  levantó  la mirada del cuaderno donde está escribiendo sus historias y vio que venía caminando hacia donde él estaba su amigo de siempre, el padre Elvidio. Allá venía con su pantalón negro, con la camisa blanca de manga larga  y  los lentes bifocales de montura negra en el bolsillo.

Elvidio era un hombre que a pesar del fuerte trabajo que realizaba y 60 y pico de años a cuestas se mantenía bien físicamente y no aparentaba ni en su cara ni en el cuerpo el tiempo vivido, apenas algunas canas comenzaban a brillar en su cabello negro y su andar se había hecho un poco lento lo que indicaba que allá venía un hombre con experiencia.

Cuando Elvidio estuvo como a tres pasos,  Roberto lo miro a la cara y con entusiasmo y alegría le preguntó:

- Hola Elvidio cuanto tiempo sin verte, ¿Cómo está la vaina?

Y el Padre con una sonrisa de picardía le respondió:

-Por aquí “meando” Roberto, llevando la palabra de Dios y salvando almas por estos pueblos.  ¿Y tú que haces?

-Pues yo como siempre Padre, con las “paledonias en la mano”. Y diciendo esto le picó un ojo al padre, levantó la mano derecha y le mostró una “Catalina grande” que tenía envuelta en un papel para compartirla más tarde con “quirófano”.

-Roberto tu como siempre echando vainas, no te enserias ni cuando estás enfermo. ¿Desde cuándo no ves a Pascual? Es que Damián el zapatero, me informó que él le dijo que quería conversar conmigo.

-La verdad Elvidio es que hace como tres meses que no veo a ese muchacho por estos lados, debe estar con su familia: El desde que se casó con Nubia Guadalupe se fue con ella para la capital a vivir y a estudiar, seguramente ya estarán graduados, tendrán hijos y hasta habrán conseguido un buen trabajo. Se lo merecen, son muy buenos.

-No te preocupes Elvidio que si lo veo pasar por aquí o por “Casicasi” le digo que tú quieres hablar con él y así aprovecho para preguntarle algunas cosas que me van a servir para este libro que estoy escribiendo.

-Está bien Roberto te encomiendo esa tarea y te recuerdo que estás perdido de la iglesia, hace bastante tiempo que no te veo por allá. Sería bueno que un domingo de estos te acercaras para orar un poco y a escuchar junto con tus vecinos la palabra de Dios.

- Elvidio tu sabes que yo soy  un hombre creyente, pero de poca oración y además esos bancos de madera que tienes en la iglesia son muy duros, en cambio estos de cemento que también son duros yo los tengo puliditos de tanto sentarme en ellos.

-Otra cosa Elvidio, te voy a decir algo que no le he dicho a nadie para que no crean que estoy  loco, pero por las tardes, cuando la ardilla baja a comer y comienzan los colibríes a cantar, Dios también se acerca a  este banco y se pone a hablar con nosotros: Yo sé por Su mirada que El me escucha, y yo de vez en cuando también oigo lo que me dice en medio de la brisa que mueve las ramas de los caobos y que deja pasar el canto de los pájaros.

Elvidio lo miró con cariño, le puso una mano en el hombro y le dijo:

-Tienes razón amigo, eso es verdad y yo sé de eso.

Antes de marcharse el padre le dio a Roberto dos aguacates que traía en una bolsa de tela y le dijo:

-Ya están maduros para que te los comas mañana con tu mujer en el desayuno. Y siguió su camino para la iglesia.

jueves, 5 de agosto de 2021

Para bailar, no hace falta luz.

 

Para bailar, no hace falta luz.


Era jueves como a medio día y de la cocina salía el olor de una tortilla con cebollas, papas y queso blanco, que la mamá de Julio estaba haciendo a fuego lento.

-Buenos días mamá, deme la bendición, ¿cómo amaneciste?

-Dios te bendiga y te acompañe hijo, yo amanecí como siempre, trajinando un poco en la cocina, ya lavé y barrí la casa.

-¿Y ahora en donde vas a trabajar Julio?

-La verdad es que no lo sé, pero seguro que de tantas empresas que hay en Maracay alguna me dará trabajo y ojalá que no sea tan lejos. Descansaré este fin de semana y el lunes por la mañana me voy temprano a dar una vuelta por las empresas que están en Santa Rosa.

Después de almorzar con esa tortilla, que estaba bien sabrosa, Julio se acostó en el patio de la casa a descansar. Era un lugar bastante fresco porque estaba bajo la sombra de una mata de mango que había sembrado su papá en los mismos días que ocuparon la parcela en el 23 de Enero.

Estando en la cama recordó que su papa había tenido una enfermedad que le dejó los pies hinchados, y que según dijo el médico que lo atendía, era porque tenía piedras en los riñones.

A julio lo afectaba mucho ver a su viejo sufriendo por el dolor que sentía en la parte baja de su espalda y no poder trabajar.

Hacía seis meses que el señor Gregorio (el papa de Julio) le había comprado una parcela y una bodeguita al señor Serapio, que no la podía atender porque era policía y tenía que cumplir con sus guardias. La venta de la parcela y el negocio fue acordada en 1.500 bolívares. 

El negocio era apenas un rancho, donde había un mostrador de madera, dos tablas colgadas en la pared para colocar las mercancías, que no eran muchas, un peso colgado del techo y un pipote de metal para enfriar con hielo, los refrescos y las maltas.

El barrio y el negocio estaban comenzando su historia juntos. 

Casi al frente de la bomba de gasolina de la calle Carabobo en Santa Rosa, estaban los molinos de maíz de la familia Jiménez. El señor Marcos era el dueño y ese día estaba sentado en una silla de cuero recostado de la pared de su casa disfrutando el fresco de la tarde.

-¿Para dónde va el señor Gregorio? -le preguntó al papá de Julio apenas verlo.

-Para acá mismo vengo señor Marcos.

-¿Y en que le puedo servir?

- Quiero que me preste 500 bolívares para completar una plata que necesito para hacer un negocio.

- No hay problema, dígale a su señora que venga esta tarde para dárselos.

Y así fue como con los ahorros de Julio y el préstamo del señor Marcos, que se compró la parcela y la bodeguita de Serapio.  

La mamá de Julio iba  con Gilberto su hijo menor, casi todos los días, al Mercado Principal de Maracay el que está en la calle Santos Michelena. Allí compraba pequeñas cantidades de Maíz, Arroz, Pastas, Sobres de Sopa, Aceite comestible, Sal, Tomates, Cebollas y cualquier otra cosa que se pudiera vender detallada en el negocio; donde también se vendían espirales para repeler los zancudos, mechas para las cocinas de querosén, mantequilla detallada, cigarros, tabacos, chimó, queso llanero y mortadela que era picada en ruedas delgaditas con un cuchillo bien afilado.

Aún no habían puesto la luz eléctrica en el barrio. En algunas zonas había plantas de generación particular que daban el servicio a 15º 20 casas. Por lo tanto el alumbrado de las viviendas y el de la bodeguita, se tenía que seguir haciendo con improvisadas lámparas de querosén que ahumaban las paredes.

Los refrescos y las maltas se colocaban dentro de un pipote de metal, sobre el cual se ponían panelas de  hielo que Julio buscaba y traia en la bicicleta de reparto, desde la Planta Ganadera, en Santa Rosa.

Para ese entonces todas las calles del barrio 23 de enero eran de tierra, y cuando llovía era peligroso caminar por ellas. Más de uno tuvo que regresar a su casa a cambiarse la ropa, por haber caído en un barrial.

El agua corría libremente por las calles y  en varios sitios pasaba de una calle a la otra por el medio de las parcelas y las casas.

Una de esas parcelas por donde pasaba el agua  era la que estaba frente a la casa de Julio. En ella vivía la señora Margarita con Miguel su esposo que trabajaba como enfermero en el Hospital Central de Maracay. Tenían tres hijos, dos hembras y un varón. Y eran muy buenos amigos de los padres de Julio por ser prácticamente los fundadores del barrio, y los primeros que ocuparon las parcelas con sus respectivas familias.

Una de esas noches, los relámpagos y truenos pronosticaban que la tormenta sería  fuerte. Y el agua de la calle se metió con más fuerza que otras veces por medio de la casa de la señora Margarita.

A pesar del ruido de la lluvia se escucharon voces que gritaban desde afuera. La mamá de Julio se asomó por la ventana y vio que era la señora Margarita que estaba toda mojada, con una de sus hijas cargada en los brazos y cubierta con una toalla.

-Pase adelante vecina no se sigan mojando, vaya y acueste  la niña en aquel cuarto.

-Julio apúrate. Ponte un impermeable y ve a buscar a otra niña. Camina con cuidado no te vayas a resbalar  con la niña cargada.

Cuando Julio se disponía a cruzar la calle, le pareció ver que en la puerta de la casa de la señora Margarita estaba otra mujer cargando un niño. Luego supo que era una hermana que se había venido a vivir con ella para seguir estudiando.

Julio pasó el barrial de la calle junto con la hermana de la señora Margarita, cargando cada uno un niño en sus brazos.

Siéntense que les voy a preparar una manzanilla para que no se vayan a enfermar, les dijo la mamá de Julio.

Y Julio vio que la muchacha que no conocía, era una mujer como de 16 años, de bonito cuerpo, con un pelo castaño y ondulado que le caía sobre los hombros y unos ojos negros que casi hablaban bajo la luz de las lámparas de querosén. Y que dejaban ver una sonrisa que insinuaba algún misterio.

La señora Margarita los presentó. Su nombre era Carlota y estuvieron conversando  hasta que dejó de llover. Cuando se despidieron ella le dio la mano sonriendo y le dijo: hasta mañana.

Y Julio la miró a los ojos y le dijo: hasta mañana Carlota… ¡Se habían enamorado!

Julio había salido tres días seguidos en la bicicleta a ver si conseguía trabajo. Estuvo parado largo tiempo en la puerta de la “Empacadora California”, en “Envases Venezolanos” y en “Vasos Dixie”. Habló con los vigilantes pero en todas partes encontró avisos que decían: “Personal Completo” o “No hay Cargos Vacantes”.

Juan de Mata Méndez, era dos años mayor que Julio, vivía en el mismo barrio y era uno de sus mejores amigos, al punto de llamarse compadre uno al otro.

Juan trabajaba como vaciador de cerámica en  “Sanitarios Maracay”. Un día Julio le contó lo difícil que se le estaba poniendo conseguir trabajo, y Juan le habló de Pedro Germán Anzola, un señor que era vecino del barrio y el Secretario General del Sindicato de la “Corrugadora de Cartón”.

En esa época era una norma que los directivos de los sindicatos acompañaran y presentaran a la empresa, las personas que aspiraban ser nuevos trabajadores.

-Compadre vamos a su casa esta noche. Él vive en la primera casa que está al pasar el puente de la cuarta avenida de Santa Rosa, y hablamos con él. Yo estoy seguro que si  Anzola te da una carta consigues trabajo en la Corrugadora. De todos modos yo voy a ver qué puedo hacer mañana en la fábrica.

La semana siguiente Pedro Germán Anzola se presentó con Julio en la Corrugadora de Cartón. Llevaban una carta con membrete del Sindicato dirigida al jefe de Relaciones Industriales.

El señor Marchíani La Riva, era un hombre alto, bastante gordo, que usaba lentes, su corte de pelo era muy bajito y aparentaba tener un carácter bonachón. Durante la conversación de ese día con Anzola y Julio, les dijo que había sido oficial de la Guardia Nacional y que esta era la primera vez que trabajaba como Jefe de Relaciones Industriales.

Anzola después de presentarlos se retiró de la oficina y Julio se quedó hablando con el señor Marchíani.

-¿Y usted donde fue que trabajó antes? -Yo lo veo muy muchacho.

-Yo vengo de trabajar como Pesador de Anilinas, por casi cuatro años en el Departamento de Tintorería en Telares de Maracay.

-Cuénteme un poco de su familia, de cómo era su trabajo, que horarios trabajaba, quien era su jefe y por qué se salió usted de esa empresa tan buena.

Y Julio respondió con  seguridad todo lo que le estaban preguntando. Él quería y necesitaba quedarse trabajando en la Corrugadora. Esa era su oportunidad. Y le entregó al señor Marchíani  la carta de recomendación que le había dado el ingeniero Wilkesman.

-Por su experiencia y por lo que dice esta carta, lo que le puedo ofrecer y tenemos vacante en este momento es un puesto como depositario, en el almacén de repuestos. Si usted está de acuerdo lo voy a enganchar y después se verá si lo trasladamos a otro departamento.

Dígame si trajo el Certificado de Salud y su Cédula de identidad.

-Aquí los tiene.

-Le voy a sacar copia a la recomendación que usted trajo y  lo mandaré para un examen pre empleo con el médico de la empresa. Esto no se hacía antes pero la cláusula 22 del Contrato Colectivo contempla que a los nuevos trabajadores se les haga un examen médico antes de comenzar. Para la empresa es bueno poder detectar alguna enfermedad o hernia antes de contratar a alguien.

Venga esta tarde a las 2.00.

Mientras regresaba a Julio no le cabía el corazón en el pecho, de la alegría que traía por haber conseguido un nuevo trabajo. Mientras pedaleaba rumbo a su casa, pensaba en todo lo que le iba a contar a su mamá y lo alegre que ella se pondría.

Nada de recostarse, se bañaría, comería algo y  saldría de regreso para la Corrugadora. No podía llegar tarde a esa revisión médica.

El Doctor era un hombre como de 40 años, algo serio, de contextura delgada y parecía que era llanero. La consulta se realizó sin ningún inconveniente y Julio quedó apto para comenzar. Ahora iría buscar el carnet que lo identificaba como empleado de la empresa.

El trabajo como depositario era de mucha responsabilidad, pero las tareas no eran difíciles. Se concretaban en no permitir la entrada a ninguna persona extraña al almacén, mantener en orden los materiales y repuestos y llevar un control riguroso de los inventarios.

Julio sentía por primera vez la experiencia de trabajar sentado detrás de un escritorio.

En la pared del fondo del almacén había una puerta de hierro, que abría y se cerraba desde adentro. Esa puerta daba acceso a un pequeño taller donde se hacían y reparaban los troqueles que eran utilizados para dar formas a las cajas de cartón.

Un día trabajando el segundo turno Julio abrió la puerta y conoció al señor Antonio González, a quien los compañeros llamaban “El Catire”. Una persona que por esas casualidades de la vida también vivía en el 23 de Enero. Se hicieron muy buenos amigos y el Catire le fue enseñando por las tardes algunas cosas de su oficio.

Más de una vez estuvo Julio en el taller de troqueles, hasta que un día “El Catire Gonzales” le delegó algunas tareas sencillas. Así la jornada de Julio se hacía más amena.

Si alguien quería algo del almacén tocaba el timbre y julio dejaba lo que estaba haciendo. Los repuestos y otros materiales eran solicitados por  la taquilla del almacén,  por los operadores de las maquinas o los mecánicos.

Algunas veces era el mismo Julio quien llevaba hasta el taller las cosas que habían pedido por teléfono. Y así fue como conoció al señor Teófilo Macías, un mecánico de los más antiguos, que se había iniciado con el montaje de las  maquinarias y por eso era el que mejor conocía y reparaba sus fallas.

Se hicieron buenos amigos y cada vez que Julio podía iba a ayudarlo, así poder para aprender algo nuevo. Teófilo no era una persona egoísta, y a todo lo que Julio preguntaba le respondía de buena manera.

Ya se comentaba entre los Supervisores la actitud y la personalidad de Julio como trabajador, y varios querían que fuese asignado a su departamento.

Y ese día llegó… El lunes al entrar a la fábrica y después de marcar la tarjeta de asistencia, el vigilante le dijo que pasara por la oficina del señor Marchíani. Julio se sorprendió ya que no se imaginaba el motivo de esa llamada.

-Julio, la Superintendencia ha decido cambiarlo del almacén y por lo tanto usted pasa desde hoy mismo a trabajar en la planta. Este cambio implica que usted pasará a ganar el salario de un operario de segunda, que es de 24 bolívares por día. Felicitaciones.

-Vaya a la planta y busque al señor  Hilario Díaz quien será su Supervisor y le dirá lo que debe hacer. Recuerde que debe trabajar con mucho cuidado y evitar cualquier accidente en las máquinas. Vaya a buscarlo y siga siendo un buen trabajador.

Ahora a Julio se le presentaba la oportunidad de vivir una nueva experiencia. Los operarios de las máquinas eran hombres y las ayudantes mujeres. En el ambiente de la planta había distintos ruidos, generados por el funcionamiento de las máquinas, que se encontraban cerca unas de las otras.

Ahora no tenía amigos ni conocidos y los temas de conversación entre los trabajadores de la planta eran diferentes a los que Julio estaba acostumbrado a mantener con Teófilo Macías y el Catire González. Pero al poco tiempo se integró también con sus nuevos compañeros y Supervisores.

Más de una vez le solicitaron que se quedara trabajando después de terminar su turno, porque algún operario no había venido y ya él había aprendido a  operar las cortadoras, la máquina de particiones, la máquina de parafina, las plegadoras, las engrapadoras y la de troquelar.

En poco tiempo ya era un operario integral, al que solamente le faltaba aprender a trabajar en las impresoras.

Redoblar un turno es difícil ya que son 16 horas seguidas. Pero ese sobretiempo era pagado con un recargo del 40% más el porcentaje del bono nocturno, si se hacía de noche. Ese dinero extra compensaba el agotamiento y le permitía ahorrar algo más y cubrir los gastos de su casa.

Los primeros tres años en Corrugadora, trabajó bajo la supervisión de Andrés Godoy, Hilario Díaz, Francisco Madero y Antonio Riera, sin ninguna queja.

Las calles del barrio 23 de Enero comenzaron a ser niveladas. La  primera que quedó lista fue la Luisa Cáceres de Arismendi que hoy se llama Avenida Principal y es la que atraviesa el barrio desde la autopista regional del centro,  hasta la avenida Miranda.

Se estaba viendo como el gobierno invertía en el empotramiento de las cloacas. Ya habían comenzado a poner los medidores para el agua potable. Se comenzaron a colocar los postes para la luz y a vaciar el concreto de las aceras en algunas calles.

Por las noches no se veían tantas lámparas de querosén en las casas y se comenzaron a escuchar emisoras de radio y  televisión con noticias y música. ¡El 23 de Enero comenzaba a ser un barrio más de Maracay!

El señor Pedro era compadre del papá de Julio. Había nacido en Ocumare del Tuy en el estado Miranda y vivía con toda su familia al lado de la bodega. Ese sábado su hija Casilda cumpliría 15 años y por esa razón había invitado a los vecinos más cercanos a una fiestecita que sería amenizada con un arpista y un cantante de Joropo Tuyero.

-Compadre Gregorio. Dígale a Julio que venga un rato esta noche, para que nos acompañe.

-Julio. -¿qué vas a hacer esta tarde? le preguntó su papá.

-Creo que saldré con Juan de Mata a ver un programa de boxeo y lucha libre que están promoviendo en el club “Los Halcones Negros” que queda en la calle Colombia.

-Te informo que la hija del compadre Pedro cumple quince años y quiere que tú vayas a una fiestecita esta noche a su casa.

-Papá tú sabes que yo no tengo mucha amistad con ellos  y si voy me aburriré. Yo prefiero ir a ver el boxeo y la lucha libre.

-Tu vez lo que haces Julio, pero me dijo el compadre Pedro que también había invitado a Carlota, la hermana de la señora Martina.

Julio por algún motivo, en ese momento recordó el día que su papa le había pedido que lo ayudara a cortar un racimo de cambures que tenía en el patio, para después colgarlo y ponerle carburo para que maduraran. Y recordó también que ese día le dijo que cuando bajaran el racimo habría que cortar la planta para que salieran nuevos hijos.

Esa noche Julio se puso su mejor ropa y fue a la fiesta. Aún no habían puesto la luz eléctrica en la casa del señor Pedro pero las lámparas de querosén alumbraban bien el ambiente de la sala.

El arpista, el maraquero y el cantante, ya habían comenzado con su actuación. Al fondo de la sala estaba sentada Carlota, con su pelo sobre los hombros. Julio se acercó para saludarla y la invitó a bailar un Joropo que estaba comenzado a sonar.

Carlota estaba hermosa. Y al igual que Julio tampoco sabía bailar esa música, pero aceptó y poco a poco y sin pisarse, se fueron acoplando al ritmo alegre de las maracas y el sonido acelerado del arpa.

Varias veces bailaron esa noche, y en una de ellas Julio le preguntó a Carlota si quería ser su novia y ella sonriendo y mirándolo a la cara, le dijo que sí. Esa noche mientras regresaban a sus casas se dieron el primer beso.

Se casaron 10 meses después de aquel baile. El matrimonio civil fue  en la Prefectura Crespo, la que está cerca de la plaza Girardot de Maracay. Y la boda eclesiástica se realizó en la iglesia del barrio y fue celebrada por el padre Juan José.

Su primer hijo nació el 5 de marzo de 1963, en el hospital del Seguro Social de Maracay y le pusieron por nombre Roberto Adrián.

 

jueves, 1 de julio de 2021

"Quirófano y las Catalinas"

INTRODUCCIÓN: 

El lugar donde se desarrolla la serie de estos 18 cuentos y sus personajes es imaginario y se llama “El Paraíso”, un caluroso pueblito que pudiera estar ubicado en cualquier lugar, del Occidente de Venezuela. 

La Bodega tiene por nombre “La Estrella” y el dueño se llama Felipe. La Zapatería también se llama “La Estrella” y el Zapatero tiene por nombre Damián y es el primo de Felipe. El Cura, que viene solamente los domingos a bautizar y a dar la misa, se llama Elvidio.

El Bar que tiene tres mesas de billar, dos para el dominó y un patio con buena sombra para jugar partidas de bolas criollas, tiene por nombre “La Cordillera” y su dueño es Daniel. 

La plaza del pueblo se llama El Edén, tiene siete árboles de caoba, ocho matas de guayaba y tres bancos de cemento, donde se lo pasa escribiendo quien sabe de qué y de cuantas cosas, un viejito que nació en la capital que se llama Roberto y que vive con su mujer en Casi casi el pueblo contiguo. 

Julio y Santiago, son un par de amigos que visitan eventualmente a Roberto y el único perro que hay en El Paraíso atiende por el nombre de Quirófano. 

En Casi casi está la esposa de Roberto que se llama Carmen Josefina, aquí también está la comisaría, la escuela y la farmacia; este pueblo queda a media hora del Paraíso, andando por un camino de tierra bordeado de Cactus y Cujíes que están doblados hacia el oeste por el calor y las fuertes brizas que los empujan. 

Con estos 18 cuentos y los poemas anexos al final del libro, quiero dejar además de un medio de recreación con su lectura, algunas enseñanzas sobre las costumbres de la gente de nuestros pueblos.

Espero que les gusten. (Y que no se los cuenten a nadie) 

Roberto Rolo Luis. 

Maracay 2019 



Quirófano y las catalinas. (1) … 



La Semana Santa del año pasado llegó al Paraíso una familia que venía de Caracas, eran cuatro personas adultas y una niña como de 7 años, que vinieron a pasar unos días en la casa amarilla que tiene el techo de tejas a dos aguas; la que está bajando muy cerca de la iglesia y que tiene una cerca bajita y una palmera grande en el patio.

Es la casa donde vivía Nuvia Guadalupe antes de casarse. 

Deben ser familia porque la señora que vino en la camioneta y ella se parecen bastante.  

Uno de esos días me acerque a la Bodega La Estrella y vi cuando el viejo Roberto entraba como siempre a comprar catalinas y por coincidencia, creo yo, una señora que había venido de Caracas salía con una bolsa de papel con las cosas que había comprado y se cruzaron en la puerta, Roberto se apartó un poco con elegancia para dejar la puerta libre a la bonita señora, pero como ellos no se conocían no se saludaron solo hubo una mirada de respeto y simpatía de uno por el otro. 

Apenas entrar, Roberto le preguntó a Felipe que quien era esa señora tan elegante que había salido y a quien no había visto nunca antes por el pueblo, y Felipe le contestó que ella había venido con unos señores a pasar unos días en el Paraíso y que llevó carne, verduras y aliños para hacer un sancocho y una parrilla esta tarde. 

Roberto se quedó en silencio y volteo su cara hacia la plaza para ver si estaba desocupado el banco que siempre utilizaba, el que está bajo la sombra del Caobo: Y el banco estaba solo. Pidió dos catalinas y salió con ellas y su libreta bajo el brazo para seguir escribiendo sobre las cosas que recuerda de su infancia y que está mezclando poco a poco con lo que ve y pasa en este pueblo. 

Cualquier día me acerco a dónde está este señor y le pido prestado esos apuntes para leerlos y ver si me dice lo qué piensa hacer con ellos. 

Todas las tardes como a las cinco, Roberto regresa caminando a su casa en Casicasi, donde vive con Carmen Josefina desde hace un poco más de tres años. 

Una de las dos catalinas que compra Roberto todos los días es para dársela a Quirófano, y desde aquí puedo ver cuando la parte por la mitad y le da un trozo al perro y el animal permanece tranquilo echado a sus pies. No hay nada que los separe, hasta parece que hablaran y se entendieran mutuamente. 

Cuando el sol comienza a ocultarse, Roberto cansado de la dureza del banco se levanta y Quirófano también se para y se marcha para algún rincón del pueblo a soñar con las cosas que escuchó ese día y a esperar que amanezca para encontrase de nuevo con su amigo.

martes, 1 de junio de 2021

El primero de LOS CUENTOS DE JULIO, Prologo e Indice.

 

Prólogo

Estos cuentos tienen la intención de compartir algunas de las experiencias de un joven humilde como muchos en el mundo. Que aprendió a vivir estudiando y haciendo.

Una persona que a pesar de las dificultades, supo levantar a su familia y se destacó por su honestidad y una actitud  positiva permanente. Un joven que sin dejar de ser joven, mostró ante sus jefes, amigos y compañeros, seriedad, inteligencia y responsabilidad.

Tengo la esperanza de que estos cuentos y sus ejemplos, puedan servir para levantar el ánimo de otras personas frente a situaciones que se le puedan presentar en la vida, el trabajo o la familia. Ojalá que así sea.

Creo que he dejado de mencionar anécdotas y personas en estos cuentos, no porque no hayan sido importantes en la vida de Julio, sino que esos momentos y nombres lamentablemente se escaparon de su memoria.

A las personas que compartieron con Julio, como jefes, compañeros y amigos, les doy las gracias en su nombre.

 Quizá no todo fue como aquí se relata, pero sí es como Julio quería que fuera.

! Que Dios les bendiga!

El Autor.

INDICE

 

Pág. 2. Prologo.

Pág. 3 y 4. Índice.

Pág. 5. Y le dieron una escoba como si fuera un fusil.

Pág. 15. De una escoba a un laboratorio.

Pág. 32. El último día en la Tintorería.

Pág. 37. Para bailar no hace falta luz.

Pág. 55. Por tocar el “Guiro” y “hacer el coro en una               Guaracha.

Pág. 68. Una promesa al Doctor José Gregorio Hernández.

Pág. 84. Dos aumentos de sueldo en un mes.

Pág. 97. Disculpen estoy en el Taller.

Pág. 109. Campana y Ducto en láminas de galvanizado.

Pág. 119. No le gustó el olor de un mango maduro.

Pág. 130. Me dijo que me quedara y él se fue primero.

Pág. 146. Un Decreto presidencial y un nuevo embarazo.

Pág. 157. Marlene tenía el turno de la tarde.

Pág. 170. La Paella Valenciana.

Pág. 185. El Embajador le regaló un Pisapapeles.

Pág. 193. Factor de Éxito, C.A.

Pág. 201. De nuevo en la Cámara de Industriales.

Pág. 205. En la Hacienda Santa Teresa.

Pág. 211. En el CODET

Pág. 219. La estudiante de Periodismo.

Pág. 237. El agua que pasó bajo los puentes.

 

 

    

 

 

 

 

Cuentos de Julio (1)

 

Y le dieron una escoba como si fuera un fusil.


Aquel lunes 22 de octubre de 1958 como a las 8 de la mañana y  a 9 meses del derrocamiento de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, las calles de Maracay amanecieron mojadas ya que durante la noche había llovido un poco. En la puerta de los Telares de Maracay se encontraba esperando, una cantidad de personas que aspiraban conseguir un puesto de trabajo en esa importante empresa.

Caminando por la calle Mariño rumbo a la Plaza Girardot venia un joven de unos 14 años, aún sin desayunar, traía una cajita de madera recién hecha bajo el brazo, para limpiar zapatos y llevar algo de dinero para su casa. El sueño de ese muchacho era ofrecer la limpieza del calzado a los caballeros que encontrara sentados en los bancos. Sería su primer trabajo.

Él sabía que una limpiada sencilla le permitiría ganar Bs. 0,50 y que si lo que el cliente quería era una pulida,  serían Bs. 0,75. Con la primera limpiada tenía pensado comprar una empanada y un refresco para desayunar.

Cuando Julio se acercó a la puerta donde estaba la gente esperando pregunto qué pasaba y le dijeron que estaban metiendo personal para trabajar como obreros y que ese día serían como 100 los que iban a ingresar.

El único requisito que pedía la empresa era tener la cedula de identidad y una fotografía de frente, la cual por casualidad  Julio tenía guardada en su cartera junto con su carnet de estudiante del Liceo José Luis Ramos.

¿Y qué pasa, -se preguntó Julio,  si yo me meto en esta cola y encuentro un trabajo como obrero en vez de estar limpiando zapatos?  -Yo tengo 14 años, soy un hombre alto, ya me afeito la cara y a lo mejor cuando hable con ellos creen que tengo más edad y me contratan. Y así lo hizo.

Como a las 11 de la mañana todo nervioso y con muchos deseos de logar el  trabajo, Julio pasó junto con tres señores a la oficina donde estaban entrevistando a los aspirantes. Antes de entrar a la fábrica dejó la caja de limpiar zapatos con uno de los vigilantes y le dijo: “me la cuida” por favor.

La persona encargada de seleccionar al personal era un señor como de 50 años, de pelo castaño, algo gordo y de aspecto bonachón. Cuando le tocó el turno de la entrevista el hombre lo miró por encima de sus lentes y le preguntó:

-¿Cuántos años tiene usted?

-Dieciséis, dijo Julio inmediatamente.

-Pero a personas tan jóvenes como usted no las podemos contratar como obreros. La ley del trabajo no lo permite. ¿Usted no está estudiando?

-No señor, tuve que dejar los estudios de bachillerato hace poco para trabajar y ayudar al sostenimiento de mí casa.

El hombre se quedó en silencio mirando la cara de Julio, pensando en lo que el muchacho le había dicho y quien sabe en quién y qué otras cosas… Y le dijo:

-Mire joven yo lo voy a enganchar bajo mí responsabilidad,  pero usted tiene que prometerme que no va a decir nada de esto a nadie. Que cumplirá puntualmente con su horario y que acatará las instrucciones de sus jefes. Si no lo hace y me llega cualquier queja de su desempeño, esté seguro que lo despido. Lo vamos a contratar como aprendiz y su sueldo para comenzar será de Bs. 5 por cada día.

Deme su cédula y su foto para hacer el expediente y afiliarlo de una vez en el Seguro Social.

Y así fue como aquel 22 de octubre de 1958 se inició la vida de adulto, para un muchacho con sueños de hombre, que apenas había comenzado a transitar las calles de Maracay, pero cargado de responsabilidad y confianza en sí mismo.

El primer día a Julio el corazón no le cabía en el pecho. Frente al reloj de control dio las gracias a Dios y marcó por primera vez en su vida una tarjeta de asistencia, que ya estaba identificada con su nombre y el número de su ficha escrito a mano.

Como los ingresos habían sido muchos en un mismo día, el departamento de personal tenía confusiones sobre a qué departamento de la fábrica debería estar asignada cada persona.

A julio le entregaron un carnet azul con su foto que lo identificaba como trabajador del Departamento de Mantenimiento de Telares de Maracay. Después le dieron dos pantalones y dos camisas de color beige y un impermeable negro.

Luego lo  enviaron al taller mecánico donde lo recibió un ingeniero alemán, que lo primero que preguntó, apenas saludarlo, fue si sabía barrer y casi de inmediato le entregó una escoba. Se la dio de la misma forma en que un oficial le entregaría el fusil a un soldado.

Julio ese día barrió el taller con entusiasmo cuidando no dejar nada sin recoger, de las virutas que se desprendían de los tornos y los trapos y papeles empapados de aceite que dejaban los mecánicos en el piso.

Así estuvo trabajando con su escoba, en medio del interesante ruido que hacían los tornos, las fresas y los cepillos del departamento. Como a las 11 de la mañana  el ingeniero bajó de la oficina y le dijo: Mire joven lo estoy viendo barrer desde hace rato y así no es como se barre: “usted tiene que voltear la escoba de vez en cuando para que se gaste parejo”. -Y Julio aprendió a barrer.

Cuando el muchacho llegó a su casa ya eran como  las 6 de la tarde y encontró a su mamá preocupada, porque él nunca se demoraba tanto en regresar de la calle. Julio la abrazó, le dio un beso en la frente y le dijo:

-Bendición mamá.

-Dios te bendiga hijo.

-¿Que te pasó que te fuiste esta mañana temprano y llegas a esta hora vestido con esa ropa?

-¡Es que encontré un trabajo en los Telares de Maracay, y comencé hoy mismo!

-¡Pero si tú apenas eres un muchacho! -¿Cómo es eso de que estás trabajando en una empresa?

Y Julio le dijo cómo habían sido las cosas, lo agradecido que estaba con el señor que lo entrevistó y las demás experiencias que tuvo que vivir durante ese día.

-Seguro que traes hambre. -¿Qué comiste hoy? 

-Mamá, uno de los compañeros que comenzó conmigo llevaba una arepa grande con queso y al ver que yo no estaba comiendo me dio la mitad de la suya. Eso es lo que traigo en el estómago. Pero de verdad que con las emociones del trabajo ni cuenta me di que no había comido.

-Mañana te desayunas bien antes de salir y te llevas una arepa para que almuerces. -Una persona no debe trabajar sin comer. Anda, échate un baño mientras te preparo algo para que cenes y después les cuentes a tu papá y a tu hermano  todas esas cosas que me dijiste. -Yo sé que se van a alegrar bastante.

Pasó la primera semana y como a las 12 del mediodía del sábado primero de noviembre Julio cobró el primer sueldo de su vida, después de firmar un recibo que indicaba los detalles y el total del dinero devengado en esa semana:

Nombre del Trabajador: Julio Hernández Luis.

Ficha: 22314

Periodo: Del 22 de Octubre de 1958 al 27 de Octubre de 1958

Días trabajados: 6

Domingo / Feriado: 1

Total ingresos: Bs. 35.00

Menos deducciones:

Seguro Social: Bs. 2,45

Cantina: Bs. 0,00

Total a recibir: 32,55

Julio al recibir ese primer pago se sintió muy alegre. Ya tenía algo de dinero para llevar a su casa. Y pensaba: -¿Qué diría su mamá al recibir el primer sueldo de su hijo mayor? -¿Cómo se pondría y que diría su papá?

Julio no tenía bicicleta como muchos de sus compañeros y el autobús lo dejaba lejos de la casa. Por eso decidió irse caminando como siempre lo hacía y con el dinero bien guardado en el bolsillo del pantalón.

Al llegar a la Calle San Miguel, desde la esquina del Cementerio La Primavera, Julio vio que aún con el calor que había muchas personas estaban visitando y llevando flores a las tumbas de sus difuntos. Y se preguntó: -¿Y si yo hago algo más de dinero antes de llegar a la casa?

Y se le ocurrió comprar una caja de refrescos fríos en la licorería “El Tuqueque” y pedir prestado un destapador. Con el mismo entusiasmo alzó la caja, se la puso al   hombro, y a pleno mediodía entró a ofrecerlos a quienes estaban trabajando en la limpieza de las tumbas y a las que habían ido a visitar a sus deudos.

Los refrescos los compraba a 0,25 céntimos cada uno y como la caja traía 24 botellas tenía que pagar en la licorería 6 bolívares por cada caja, y además dejar 4 bolívares en garantía, por las botellas vacías que deberían regresar completas.

Decidió vender cada refresco a tres lochas, es decir a 0,37 céntimos cada uno y así se ganaría por cada caja 24 lochas, es decir 3 bolívares.

Luego de 4 horas de entrar y salir del cementerio a pleno sol y con su caja al hombro, Julio había vendido 4 cajas de refrescos y había ganado 12 bolívares, que sumados a los 32,25 que se ganó barriendo el taller eran 44,25 bolívares que ahora llevaría para su casa.

La mamá y el papá de Julio se alegraron y lloraron al recibir el dinero de su hijo, que ya no era tan muchacho, pues con apenas 14 años les había demostrado que podía cumplir con sus obligaciones y responsabilidades como cualquier hombre, trabajando para una empresa.

Yo de esta empresa no me voy. Aquí tiene que haber algo que yo aprenda a hacer para quedarme. Voy a hacer amistades y estaré pendiente de lo que escuche de mis compañeros para saber que hicieron para quedarse.

lunes, 1 de febrero de 2021

Enseñanza:


Los límites son necesarios en la vida. 
Sin Límites no hay seguridad y se pierde la responsabilidad. 
Y encontramos límites en todas las áreas de la vida.

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