Alexander Pope, un poeta británico, dijo que “el que dice una mentira no se da cuenta del trabajo que emprende, pues tiene que inventar mil más para sostener la primera”. Sin embargo, hay personas que hacen de la mentira su forma de vida.
Qué es ser
mitómano
Detrás de la costumbre de mentir no siempre se esconde el
deseo de obtener algo o evitar un castigo, el mitómano suele mentir sin tener
un motivo válido, simplemente por compulsión. Esa tendencia puede colocarle en situaciones
ridículas o llevarlo a inventar historias insostenibles. De hecho, aunque sepa
que lo han descubierto, puede seguir mintiendo y complicar más su narración.
Para el mitómano, mentir es su forma de relacionarse. Esta
persona no solo siente la necesidad de mentir en las situaciones que están en
su contra para evitar las consecuencias, sino también en los pequeños detalles,
aunque no gane nada con ello. Quien padece mitomanía puede sentirse raro diciendo
la verdad y se siente cómodo mintiendo.
El problema es que el mitómano pierde la confianza de los
demás y casi siempre sus mentiras son para eludir responsabilidades.
Las mentiras pueden brindar cierto grado de placer al
mitómano, ya que cada mentira genera una descarga de adrenalina a nivel
cerebral como recompensa.
Científicos de la Universidad de California del Sur hallaron
que el cerebro de los mentirosos compulsivos es ligeramente diferente de
quienes suelen decir la verdad: ya que tiene hasta un 26% más de sustancia
blanca en la corteza pre frontal.
La sustancia blanca interviene en la transmisión de
información para procesar las mentiras y manipular. De hecho, las historias que
cuentan los mitómanos están muy bien hilvanadas y resultan creíbles ya que
contienen un gran nivel de detalles, lo que denota que la persona ha estado
procesando cuidadosamente esa información.
La mentira suele ser una estrategia para eludir la realidad y
la responsabilidad de afrontar determinados actos o situaciones.
Con sus mentiras el mitómano consigue la aprobación, el
respeto y/o el afecto que necesita. Por eso, las mentiras esconden un deseo de llamar la
atención, y crear un personaje falso que la persona va enriqueciendo con más mentiras.
Los mitómanos suelen tener una personalidad insegura, por lo
que a menudo sus mentiras no son más que una imitación o un plagio de las
ideas, pensamientos o experiencias de los demás. Los mentirosos patológicos
también suelen carecer de habilidades sociales, y por eso recurren a las
mentiras, para aparecer más interesantes y competentes ante quienes los rodean.
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