A CIERTA EDAD.
Cuando llegas a cierta edad, cada día que pasa es un regalo. No lo vives como uno más, no te aburres al ver el tiempo transcurrir, sino que lo sientes acelerarse, como si el tiempo tuviera otro ritmo para ti.
Te invaden distintos sentimientos, una mezcla de tristeza, por saber que uno pronto se ira, incertidumbre, por lo que vendrá y esperanzas por creer que será mejor.
Fantaseas con el final, imaginas una novelesca manera de abandonar este drama de la vida. Y así también recuerdas tus viejos momentos de gloria y aprendes a saborear los fracasos, que la distancia ha hecho parecer más leves de lo que realmente fueron.
Te lamentas de haber lastimado, de los momentos perdidos, de no haber seguido tu pasión, de los sueños postergados.
Te preguntas si has amado lo suficiente. Es que cuando mueres vives en quienes te recuerdan y no es fácil aceptar que cuando ya no estés, habrás desaparecido como si nunca hubieras existido.
Es a esa edad que empiezas a comprender este oficio de vivir pero no tienes fuerzas para llevarlo acabo, mientras el tiempo se va agotando. No te gastes en intentar explicarlo, nunca escucharan lo que aprendiste. No te entenderían, no hasta llegar a una cierta edad.
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