Cuando no pongo límites a lo que soy capaz de crear, permito que el bien de Dios se expanda en mi vida. Con ello experimento bendición tras bendición y cada una de ellas es como una semilla lista para dar más –más amor, más salud y más prosperidad. Libre de esos pensamientos limitantes, acojo las ideas divinas, y mi vida reboza del bien de Dios para compartirlo.
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