Aún sin cumplir los 18 años de edad Julio ya era papá y
seguía trabajando en la empresa Corrugadora
de Cartón. Era un muchacho sin experiencia de la vida y con las
responsabilidades propias de un trabajador, esposo y padre de familia, pero la
juventud es la juventud y la experiencia no se aprende en los libros, ni se
transfiere por consejos de la gente mayor, hay que vivirla o sufrirla, para que
se ancle y pase a ser parte de la personalidad. La forma de comunicarse Julio con sus compañeros le permitió ganarse su aprecio y consideración.
Un domingo por la mañana, tomó el autobús y fue a la sede de FETRARAGUA, que era la Federación de Trabajadores del Estado Aragua y que estaba ubicada en la calle Mariño, detrás de las oficinas de Correo y Telégrafos de Maracay, donde se realizaría una asamblea del sindicato de los trabajadores de la empresa. El primer punto de la agenda, estaba relacionado con la elaboración del proyecto de un nuevo Contrato Colectivo, y el segundo punto era seleccionar las personas que llevarían adelante la representación de todos los trabajadores durante las negociaciones.
Un domingo por la mañana, tomó el autobús y fue a la sede de FETRARAGUA, que era la Federación de Trabajadores del Estado Aragua y que estaba ubicada en la calle Mariño, detrás de las oficinas de Correo y Telégrafos de Maracay, donde se realizaría una asamblea del sindicato de los trabajadores de la empresa. El primer punto de la agenda, estaba relacionado con la elaboración del proyecto de un nuevo Contrato Colectivo, y el segundo punto era seleccionar las personas que llevarían adelante la representación de todos los trabajadores durante las negociaciones.
Para lo primero se nombró una comisión de tres compañeros
para que elaboraran el pliego de peticiones, teniendo en cuenta el contrato
vigente y cuidando de corregir y mejorar la redacción de las distintas clausulas, ampliando los beneficios contemplados en cada una. El proyecto
debería estar listo en tres semanas para ser presentado en una nueva
asamblea y si resultaba aprobado, se
introduciría ante la Inspectoría del
Trabajo para que le diera curso y poder iniciar las conversaciones.
Para el segundo punto de la agenda, lo tradicional era que la negociación de un nuevo contrato colectivo recayera sobre las
personas que ocupaban los cargos de Secretario General, Secretario de
Organización y Tesorero del Sindicato.
Llegado a este punto, Pedro Germán Anzola, en su
condición de Secretario General del Sindicato y antes de abrir el derecho de
palabra, le informó a la asamblea que por razones personales había tomado la
decisión de renunciar al cargo que había venido ocupado durante seis años. Agradeció
a todos sus compañeros la confianza que
habían depositado en él y añadió que la razón principal de su renuncia, era que necesitaba más tiempo para poder dedicarlo a su familia. Destacó que en la fábrica trabajaban otros compañeros que
deberían encargarse de esa responsabilidad y añadió: “estoy seguro que entre
nosotros hay personas, con más preparación que la que yo tengo y que también harán
un buen trabajo en beneficio de todos”.
Las palabras de Anzola fueron una sorpresa para toda la
asamblea. Pedro Germán tenía más de diez años trabajando en la empresa y todos sus compañeros se
habían acostumbrado a verlo como la figura central del sindicato. No puede ser
que renuncie.
-Queda abierto el derecho de palabra, dijo Anzola:
Pasaron como cinco minutos y nada, los trabajadores se miraban las caras unos a
otros, pero nadie propuso a nadie para ocupar el cargo de Secretario
General.
-Compañeros: dijo Anzola, hoy tenemos que nombrar a mi
sustituto, lo que yo les informé hace un momento fue mi renuncia irrevocable. El sindicato no puede quedar sin dirección
en estos momentos en que se avecina la discusión de un nuevo contrato.
De nuevo. el silencio en la asamblea.
Yo para iniciar las postulaciones, voy a proponer al amigo Julio, a quien todos conocemos; el es una persona seria y responsable, que le gusta leer y que ha demostrado en estos dos años que tiene en la empresa, que sabe comunicarse bien y que se lleva bien con todos sus compañeros.
De nuevo. el silencio en la asamblea.
Yo para iniciar las postulaciones, voy a proponer al amigo Julio, a quien todos conocemos; el es una persona seria y responsable, que le gusta leer y que ha demostrado en estos dos años que tiene en la empresa, que sabe comunicarse bien y que se lleva bien con todos sus compañeros.
-Sigue abierto el punto para escuchar otros nombres, para ocupar
el puesto de Secretario General.
De nuevo el silencio en la asamblea.
No se presentó ningún otro candidato y por lo tanto Julio ese
mismo día quedó nombrado como el nuevo Secretario General del Sindicato de Obreros
y Empleados de la Corrugadora de Cartón. El Tesorero siguió siendo el señor
Alejandro Díaz y el Secretario de Organización el señor Ernesto Pernía.
Después de su nombramiento, Julio con bastante miedo por lo que había sucedido, tomó la
palabra por primera vez en su vida con un micrófono en la mano y frente a una
asamblea. Las primeras palabras que pronunció fueron para agradecer al señor
Anzola su confianza y las palabras que utilizó para postulado para ese cargo.
Dejó claro ante sus compañeros que esa era su primera experiencia como
sindicalista, que iba a poner todo su empeño en hacerlo bien y que necesitaba
del apoyo, la paciencia y ayuda de todos sus compañeros para poder hacer una buena
gestión y alcanzar la firma de un buen contrato.
-¿En qué lío me estaré metiendo? Se preguntó Julio mientras
se secaba la cara con el pañuelo, después de su intervención.
El lunes, el Doctor Leopoldo Márquez, el médico de la empresa,
antes de entrar a su consultorio se cruzó con Julio debajo del Samán y le
dijo: “Yo sé que usted hará un buen trabajo frente al sindicato, tenga
paciencia y piense muy bien cada paso que vaya a dar, no confíe abiertamente de
nadie, lea y estudie bastante que usted es joven e inteligente, recuerde que este
es un mundo donde la política y la envidia de algunos, los llevará a querer atacar
su reputación y liderazgo, no les preste atención y siga adelante confiando en lo que le dicte su consciencia”.
El señor Marchíani como Jefe de Relaciones Industriales, esa
misma tarde llamó a Julio a su oficina para felicitarlo por su designación. Le
dijo que podía contar con toda su cooperación y que deseaba que el clima de
respeto y ponderación que se había alcanzado hasta ese momento entre la empresa y el sindicato, se mantuviera durante
su periodo como Secretario General.
Los pasos legales se dieron y se firmó el nuevo
Contrato Colectivo. Alejandro Díaz el Tesorero y Ernesto Pernía el Secretario
de Organización, fueron junto con Julio los representantes del sindicato. El señor
Marchíani y el abogado Ezequiel Vivas, fueron los representantes de la empresa.
Las reuniones se realizaban todos los lunes por las mañanas, en
el salón Turmero del Hotel Maracay. Se
hacían fuera de la empresa para evitar las llamadas e interrupciones que pudieran
afectar las conversaciones. En varias oportunidades los representantes de la
empresa y el sindicato, almorzaron juntos en el hotel y por la tarde seguían discutiendo las cláusulas
del nuevo contrato.
¿Cuándo se iba a imaginar Julio y sus compañeros, que un día pudiera
venir a su mesa un mesonero con corbata a ofrecerles un menú para que
escogieran lo que querían almorzar?
Para Julio resultaba casi
increíble que siendo una persona tan joven, estuviese representando a más de 150 trabajadores en
la discusión de un Contrato Colectivo, frente al Jefe de Relaciones
Industriales y el abogado de la empresa. A él le agradaba poder argumentar las motivaciones y la
justificación de los beneficios de cada clausula, y sobre todo, se sentía muy
contento cuando lograba que la representación de la empresa le entendiera. Las conversaciones entre las partes duraron dos meses y medio
y en su mayoría se llevaron en un clima de respeto y armonía.
Al final la duración del nuevo contrato se acordó en 24
meses, que serían contados a partir de la firma. Las utilidades pasaron a ser 40
días por año calculados al salario promedio de cada trabajador. Las vacaciones serían 17 días de descanso con pago de 30 salarios, igualmente calculados al
salario promedio. Los uniformes ahora, serían 3 por año y se incluiría un impermeable
y un par de calzado de seguridad para cada trabajador por año. Las bicicletas serian
subsidiadas en un 50 % por la empresa y el trabajador pagaría el saldo en 10
meses. El servicio médico se elevó a tres horas diarias. El salario de ingreso
pasó a ser de Bs. 17.00 diarios para los nuevos
trabajadores y el aumento general para todos, fue de Bs. 3.00 diarios, que se harían efectivos a partir
del vencimiento del contrato anterior. Al año siguiente se aumentaría un (1) bolívar adicional a todos los trabajadores.
Fue un buen contrato decía la mayoría de los trabajadores, el aumento fue bueno y no hubo conflicto ni amenazas de huelga durante
las discusiones.
Pero Julio aun con estas responsabilidades de padre de
familia, trabajador y sindicalista, seguía siendo una persona inquieta por
aprender y vivir nuevas experiencias. Tenía deseos de saber cómo sería la
actividad y los beneficios de ser miembro de un club deportivo, y recordaba que
en la calle Colombia del 23 de enero estaba el club “Los Halcones Negros”. Así que un viernes se
bañó y se preparó para salir, le dijo a Carlota que iría a ver el
programa de Lucha Libre y Boxeo que se montaría esa noche en el club y que regresaría temprano para compartir un rato con el niño .
El programa contemplaba tres peleas de boxeo y dos de lucha
libre. Las entradas costaban dos bolívares por adulto y 1,50 para los niños
menores de 12 años. Era la primera vez que Julio estaba en un espectáculo de
ese tipo. El espacio para el público estaba aire libre. El ring era
grande y estaba bajo un techo de láminas de zinc y bien iluminado: Tenía como tres metros cuadrados y el ensogado era de cuatro cuerdas que estaban
forradas en tela roja y que se tensaban desde cada una de las esquinas. La lona del entarimado era
un encerado de color verde oscuro.
A la derecha del ring estaba construida un área cerrada,
donde se hacia el levantamiento de pesas y donde también habían dos peras de boxeo y unos sacos de
arena colgados del techo, para quienes practicaban el pugilismo. La lucha libre se aprendía y se practicaba estándo descalzo sobre la lona del ring.
A Julio le gustó más la lucha libre que el boxeo y esa noche después
del programa, pidió información sobre cuánto costaría recibir entrenamiento en pesas
y en lucha libre. Le dijeron que por una hora diaria durante dos días, de lunes a viernes, pagaría 30 bolívares mensuales, lo que le daba derecho a la asistencia de un
entrenador, un gabinete para guardar sus cosas personales y el uso de las
duchas después de finalizar los entrenamientos. Y se inscribió.
Ya Julio se imaginaba en la playa, con un cuerpo atlético como el de los
fisiculturistas que salían en las revistas y se visualizaba escuchando
los aplausos del público cuando se montara en el ring, con algún contrario. Pronto sería como uno de los luchadores de la televisión:
Bernardino La Marca, El Gran Lotario, El Búfalo, El Médico Asesino, El
Chiclayano, El Hombre Montaña y otros..
Nada de aplausos... Nada de triunfos... Julio apenas realizo 5
presentaciones en un año actuando como “El Loco del Ring”, ganando 3 combates y
perdiendo 2. La lucha libre no era para él, había muchos peligros en las caídas
sobre la lona, o cuando se salía del ring por algún empujón o patada voladora del contrario. Otra cosa
que no le gustó fue que cuando subía al ring el público se burlaba y lo
pitaba, por eso abandonó la Lucha Libre y se quedó con el fisiculturismo para
ganar musculatura.
Los miércoles y viernes que le correspondía ir a entrenar, Julio
tenía que pasar obligatoriamente por la calle Carabobo frente de la casa de su
amigo el flaco Alberto Granadillo, donde se reunía un grupo de músicos
aficionados para ensayar y poder formar en el futuro, una agrupación musical que tocara en fiestas y pudiera ganar algo de dinero.
Uno de esos días Julio se detuvo en la puerta de la casa a escuchar los alegres sonidos del Tres, la Timbaleta, los Bongos, las Maracas, el Güiro, la Tumbadora y una Marimba. La pieza que ensayaban en ese momento era un bolero que estaba
de moda y que decía: “Dos almas que en el
mundo, había unido Dios, dos almas que se amaban eso éramos tú y yo. Un día en
el camino se cruzaron nuestras almas, surgió una sombra de odio, que nos separó
a los dos”...
Para Julio los instrumentos sonaban acoplados y le comenzó
a gustar la música y se propuso aprender a tocar algún instrumento. Ahora, en
su mente soñadora, ya se veía escuchando
los aplausos de la gente y saliendo por la televisión.
-¿Qué haces ahí parado? le preguntó el flaco Alberto, que
venía retrasado.
-Nada. Escuchando a estos muchachos.
-Nada. Escuchando a estos muchachos.
-¿Tú sabes tocar algún instrumento?
-Ninguno Alberto, pero me gustaría aprender.
-Pasa.
- Y esa noche a Julio le dieron un Güiro para que fuese agarrando el
ritmo con una guaracha de Cheo García y la Billos Caracas Boy´S, que estaba de
moda y que decía: … “Yo quiero ser como
Ariel, yo quiero ser como el, que escribe canta y diseña, y hasta le baila Ballet… porque todas las chiquitas están loquítas por él...”
No hubo más fisiculturismo ni entrenamientos, desde la noche
en que Julio conoció a sus nuevos amigos y vivió la experiencia de “tocar” el
Güiro
y “hacer el coro” de una guaracha, por primera vez…
Esto continuará..
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