Cuentos de
Julio (9)
La Campana y el Ducto
en láminas galvanizadas.
Roberto
Rolo Luis.
Ese lunes el personal de la nueva empresa de vigilancia, iba
anunciando al departamento de personal a los trabajadores que venían llegando para
ser reincorporados. El departamento de personal ya estaba siendo ocupado
por los nuevos empleados.
-¿Compraste la guitarra? -preguntó Julio, mientras esperaba que lo llamaran, sentado dentro del carro de Carmona.
-Fui a la Casa Sonora como les dije y vi todas las que tenían
en exhibición pero no eran buenas y muy caras. Estando allá unas personas que
me vieron revisando las guitarras me dijeron que había otra tienda de artículos
musicales en el Centro Comercial CADA, el que queda en la 19 de Abril y allí fue
que compre una que me pareció adecuada, bonita y barata. Es una TATAY que es la
marca que yo quería, en estos días la bautizamos y la probamos en mí casa.
Los trabajadores que iban pasando a la oficina de personal, al
poco rato salían con un carnet distinto en la camisa y una bolsa con dos
uniformes diferentes a los que antes se usaban en J.P Kajan, manifestaban que
vendrían mañana en turno normal, para la limpieza de la planta y hasta que se
pusiera a punto la fábrica.
A Carmona lo llamaron primero y a Julio lo
atendieron como a las 9.30 am, ya estaba cansado de esperar dentro del carro.
Lo recibió una secretaria que no había visto antes, era una mujer bajita,
delgada y de pelo negro corto. - Siéntese un momento por favor que ya lo va a
atender la licenciada Magaly.
Cuando Julio entró a la oficina, estaba sentada frente al
escritorio una mujer de lentes bifocales, de unos 50 años, no muy simpática de
rostro, algo gordita y de pelo castaño. Tenía abierta sobre el escritorio la carpeta
con el expediente de Julio.
-Buen día señor Julio –dijo para comenzar la entrevista, extendió
su mano para saludar y añadió, soy la Licenciada Magaly Ortuño la nueva jefa de
Relaciones Industriales y he notado que en su expediente faltan algunas cosas.
-¿Qué será lo que falta? –yo cuando comencé traje todo lo que
me pidieron.
-Mire aquí no está su libreta militar y además falta su acta
de matrimonio y las partidas de nacimiento de sus dos hijos. Y otra cosa que no
veo en su expediente son las constancias de estudios que acrediten su
preparación como almacenista o como mecánico de primera.
-¿Cuál era el cargo que usted ocupaba efectivamente en esta
empresa?
- Yo era el encargado del almacén de repuestos.
-Pero usted tenía un sueldo como mecánico de primera, y eso
es algo que bajo esta nueva dirección de relaciones industriales y
administración tenemos que definir muy bien.
-Le explico: almacenista es un
cargo de confianza que pertenece a la nómina mensual, es decir la de los
empleados de la empresa. Además por la descripción del puesto que ahora
tenemos, para ocupar el puesto de almacenista se requiere una calificación
académica que usted no acredita en el expediente. Por lo tanto usted será reincorporado
como Mecánico de primera y con el mismo sueldo que antes tenía, pero le informo
que su desempeño será evaluado permanentemente, para ver si usted cumple con
los requisitos. Aquí tiene una copia de la descripción del
cargo de mecánico de primera con sus obligaciones, responsabilidades y riesgos,
para que la estudie. Traiga mañana una copia de los documentos que faltan y
venga a las 8.00 am para entregarle el carnet, el uniforme y presentarlo a su
nuevo jefe, que será el ingeniero Federico Osorio.
El trabajo era el mismo que antes, la misma empresa, los
mismos turnos, máquinas y procesos. Lo que si había cambiado era el color del
uniforme de los mecánicos, que ya no era una braga de color azul, ahora utilizábamos
una bata de color gris. También había cambiado el nombre y la forma de
comunicación con nosotros. Ahora la empresa se llamaba VENECROM, C.A. Todo se decía
por escrito. Las órdenes de trabajo incluían: Nombre y ficha del mecánico, tipo
de tarea, la descripción de los materiales empleados, la hora de salida del
taller, la hora de inicio y conclusión de la reparación o tarea efectuada, al
concluir, esta orden tenía que ser firmada por el supervisor del departamento
donde se había realizado. Él era quien ponía la hora de conclusión y sus
comentarios sobre el trabajo realizado. Luego cada mecánico debía llevar esa
orden de trabajo a la oficina del ingeniero Osorio, donde la señora Blanca computaba
los datos y preparaba un informe para el ingeniero. A todos nosotros, tanto los
mecánicos como los electricistas nos parecía muy entrabado y burocrático el
procedimiento, pero así es como la empresa quería que se hiciera.
El señor Mendoza había regresado también a ocupar su mismo
puesto como soldador. El señor Kowalsky no se presentó, por razones de su edad decidió
regresar a Alemania a reunirse con sus hijos y nietos. Casi no faltaba nadie,
eran los mismos amigos de siempre en el taller.
Comenzando la semana el señor Mendoza recibió una orden
escrita del ingeniero Osorio, para que construyera unos ductos y una campana
con láminas galvanizadas, que tenían que ser instalados para recoger los gases
sobre un tanque por donde pasaba la fibra que venía de las colectoras. La orden
de trabajo vino engrapada sobre un plano que solamente señalaba donde se tendrían
que instalar los equipos a construir, no había nada de las medidas de los
ductos ni de la campana. Además la orden añadía que había que tomar las medidas
y planificar la fabricación e instalación de los mismos de tal forma que
cumplieran su función, sin molestar ni ocupar el espacio de otras máquinas o
procesos.
Mendoza cuando leyó el papel se quedó paralizado, su familia
era grande tenía 5 hijos estudiando y una esposa que mantener. El era buen
soldador pero eso de calcular o diseñar estructuras siempre lo había realizado
el señor Kowalsky.
-Yo no entiendo nada de esta vaina, lo más seguro es que ahora
me despidan y busquen a otra persona que si sepa, le dijo con cara de
preocupación a Julio.
-No te preocupes, acuérdate que Kowalsky me estuvo enseñando
algunas cosas del trazado sobre láminas y yo no lo he olvidado. Ven, vamos a hablar con el ingeniero y le
decimos que los vamos a hacer juntos.
Como el trabajo había sido solicitado con urgencia, el
ingeniero Osorio no tuvo otra alternativa y aceptó la propuesta de Julio y
Mendoza. Quienes se pusieron a tomar las medidas y a hacer un dibujo a mano,
acotando el tamaño de la ductería. Para Julio no fue muy difícil hacer el dibujo
que se necesitaba, él había aprendido en sus ratos libres en el almacén a interpretar
algunos planos y a desarrollar sobre el papel, ductos, campanas y curvas en láminas de acero
galvanizado, lo que aún no hacía muy bien era soldarlas con bronce o con
estaño, pero de eso se encargaría el señor Mendoza.
La campana era de forma rectangular y se tenía que acoplar por su parte superior a un
ducto de 35 x 35 cm que tendría una curva de 90 grados, para poder conectarse
en otro ducto cuadrado de 40 x 40 cm, que era el que continuaba hacia la
chimenea.
Al día siguiente ya estaban los croquis listos y las láminas sobre el
piso para comenzar a trazar las líneas por donde se harían los dobleces y
cortes. Los compañeros del taller estaban agradados de ver como se habían
integrado Julio y Mendoza, parecía como que siempre hubieran trabajado juntos.
Y ese detalle del compañerismo y el trabajo que estaban haciendo también lo
valoró el ingeniero Osorio, quien inicialmente no creyó que lo harían bien.
Todo estuvo
listo en una semana, lo instalaron con la ayuda de dos personas más y quedó tan
bien hecho, que el nuevo gerente general de la empresa un día en que recorría
la planta se paró a tomar varias fotos de la campana y el ducto curvo que
había sido construido.
Y así transcurrieron como dos años, cada día los amigos eran más
amigos y el trabajo más llevadero. En diciembre Julio se compró un carro
usado con unos ahorros que había venido haciendo. Era un Ford Fairlane 500 de color rojo y blanco del año
1956, lo compró por Bs. 6.500,00 después de regatear bastante con el vendedor, en
una venta de vehículos usados que estaba ubicada en la Av. Bolívar de Maracay, en
el sentido Oeste – Este, un poco más adelante de la Arepéra Tiuna. Como Julio
aun no tenía licencia para conducir ni mucha experiencia, le pidió al vendedor que le
hiciera el favor de llevar esa noche el carro hasta su casa. La alegría de
Carlota y los muchachos era inmensa, daban vueltas alrededor del carro,
abrazaban a Julio y preguntaban, ¿para dónde nos vas a llevar el domingo papá?
Y lamentablemente de nuevo cerró la empresa, otra sorpresa
para los trabajadores, ahora si era definitivo. Unos dicen que fue por mala
administración y otros que por falta de mercado para las fibras, lo cierto es
que Julio y varios de sus amigos se tuvieron que ir a trabajar a Valencia, en
la empresa Celanese, donde se estaba concluyendo el montaje y la
ampliación de una planta para hacer fibras de acetato y otras que se utilizaban
para hacer los filtros para los cigarrillos.
(Esta experiencia continuará en el próximo cuento…)
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