martes, 19 de mayo de 2020

No le gustó el olor de un mango maduro.


Cuentos de Julio (10)

No le gustó el olor de un mango maduro.
Roberto Rolo Luis.

El carro que compró Julio era bonito por fuera y por dentro, pero la verdad es que no estaba bueno. Para venderlo rápido, lo habían trampeado en muchas de sus partes mecánicas. Cuando no era el carburador que se inundaba, era el tren delantero que se desajustaba, los amortiguadores, los frenos o el alternador. Poco a poco y gastando dinero, se fueron reparando las fallas que se iban presentando, pero la verdad es que con un vehículo así no se podía ir a trabajar a Valencia, ya que en cualquier momento se accidentaba en la autopista y entonces sí saldría caro el regreso a Maracay.

Por la década de los 60 y gracias a la publicidad que se hacía en todos los medios,  los cigarrillos con filtro se comenzaron a ver como "más seguros", se decía que reducían el alquitrán y el humo de la nicotina hasta en un 50%, y fue por eso que Carmona, Julio y Valera dejaron de fumar “Alas” y se cambiaron para el “Astor Rojo con filtro”.  Como el auge de los consumidores de cigarrillos con filtro era grande y seguía en aumento, la empresa Celanese se propuso fabricar las fibras de celulosa que se usaban para la elaboración de esos filtros.

El turno de trabajo en Celanese era de 8.00 am a 4.30 pm y como Carmona vivía en el Limón y Valera en la Coromoto, se habían puesto de acuerdo para venirse juntos todos los días a las 6.30 de la mañana. Julio se enteró y le dijo a Carmona que si no le importaba, todos los días lo esperaría frente a la Pescadería la Estrella, la que está en la avenida Bolívar, para irse juntos  y que además, colaboraría para los gastos de la gasolina y el aceite del carro.

El trabajo de estos amigos no fue distinto al que ya habían realizado en otras oportunidades, los procesos de extrusión y estirado en “Celanese” eran muy parecidos a los de Fibras “Sintéticas Venezolanas”, que fue la última empresa donde trabajaron. La única y la gran diferencia ahora era la extrema seguridad que había que observar en todos los trabajos, para evitar una chispa que pudiera generar la explosión de los vapores de acetona que se acumulaban en el ambiente. 

Los martillos y todas las demás herramientas que utilizaban los mecánicos eran de bronce, las ruedas de las carruchas eran de goma, los taladros eran neumáticos, todo trabajo mecánico debía realizarse en el taller y llevarse listo a la planta para instalarlo; era imposible y estaba absolutamente prohibido soldar o martillar cualquier cosa dentro del área de montaje. 

Y los amigos aprendieron a trabajar con extrema seguridad. Ellos sabían que a ese montaje le faltaba poco para concluir y que no sería fácil que les ofrecieran quedarse como mecánicos cuando la planta arrancara. Su domicilio en Maracay era una limitante muy importante para la empresa y para ellos también.

Valera fue el primero que se retiró antes que el trabajo concluyera,  se vino a trabajar como mecánico a una empresa de Maracay. Al poco tiempo fue Carmona quien aceptó un puesto como supervisor de Calderas, en la empresa Eveready.  La cosa se puso fea para Julio, ahora no tenía ninguno de sus amigos que le diera la cola, no podía cumplir con el horario, ni podía seguir viajando todos los días en autobús hasta Valencia. Casi siempre llegaba tarde y eso no le gustaba ni a Julio, ni a su jefe.

Un día estando en el comedor, un señor que trabajaba en el área de producción le dijo:

-¿Sabe que unos Japoneses compraron la fábrica donde ustedes estaban trabajando en Maracay?  -Yo tengo un hijo que vive en Campo Alegre y ayer me dijo  que llenó una planilla, para ver si le daban trabajo en esa empresa.

A Julio se le encendieron los motores, comenzó a preguntar y confirmó que la empresa KURARAY de Japón, había comprado las instalaciones de "Fibras Sintéticas Venezolanas" para ponerlas a funcionar y que ya se encontraban realizando modificaciones en sus instalaciones. El lunes Julio no fue a Valencia, se dirigió directamente a la empresa para ver si era cierto que pronto reanudarían operaciones y ofrecer sus servicios.

-Buen día le dijo al vigilante, desde la reja que limitaba el acceso.

-Buen día, ¿que desea?

-Yo trabajé aquí durante muchos años como mecánico y quería saber si hay algún chance para regresar.

-Espere un momento que lo voy a anunciar con el señor Takoada, él es japonés pero es el único que habla español.

Julio se entrevistó con el señor Takoada y se sorprendió al verlo, parece mentira, pero era la misma persona que tenía una tienda de juguetes y bisutería en la Avenida Santos Michelena, en el centro de Maracay, la misma donde había comprado los regalos del niño Jesús para sus hijos en diciembre. Conversaron un rato y Takoada le dijo que él no era mecánico y que lo habían contratado solamente como interprete durante el periodo del desmontaje y montaje de los equipos. 

La nueva empresa se llamaba KURAVEN y había enviado desde Japón a 4 técnicos electricistas y 6 ingenieros mecánicos, para evaluar las instalaciones de la planta y ver la forma de simplificar varios de los procesos. Takoada le pidió el Curriculum a Julio, le dijo que hablaría con el señor Ishida y que lo llamaría al día siguiente para informarle.

Y al día siguiente lo llamó y le dijo que sería ingresado al equipo de montaje. Esa misma tarde Julio fue en autobús hasta Valencia y presentó su renuncia. El miércoles por la mañana Julio comenzó una nueva experiencia laboral. La planta que era prácticamente nueva y que no había trabajado casi nada, estaba siendo desmontada en su totalidad; cada pieza o equipo que se bajaba era fotografiado desde distintos ángulos por los técnicos japoneses, las fotos se enviaban a la casa matriz para que evaluaran si dejarlas o cambiarlas por otras.

La forma de comunicarse ahora no era fácil, algunos de los técnicos japoneses hablaban algo de inglés y en todo caso se comunicaban con el personal venezolano por medio de señas o llamaban al señor Takoada. Era cuestión de tiempo para que ellos aprendieran a hablar español o que nosotros aprendiéramos algo de japonés. 

La jornada de trabajo era diferente, comenzábamos a las 9 am hasta las 12 y por la tarde desde la 1pm a las 5 pm. Una novedad de la jornada era que todos los días a las 11 de la mañana, había un receso para que saliéramos al patio a fumar. El señor Ishida que era el jefe del grupo donde estaba Julio, era un gran fumador. Cuando llegaba la hora, paraba cualquier cosa que se estuviera haciendo,  se llevaba la mano derecha a su boca y con los dedos índice y medio como si tuviera agarrado un cigarrillo nos hacía señas y nos decía a todos algo que sonaba más o menos así: (Kisin siká) era el momento de salir 10 minutos para descansar o fumar.

Los aislamientos de asbesto y fibra de vidrio de las tuberías y las válvulas de toda la planta se desmontaron casi en un 70%.  A los seis meses, la mayoría de los técnicos que habían venido de la Kurarai regresaron a su país. En KURAVEN solamente quedamos 12 venezolanos, entre mecánicos y ayudantes, nos dejaron la responsabilidad de limpiar a fondo la planta y pintar en 6 semanas todos los equipos que se habían desmontado. Las instrucciones se recibían del señor Ishida, quien a su vez las transmitía a Takoada, que aun cuando no era nuestro jefe, era el único que podía leer, hablar y escribir en japonés.

Los trabajadores de la KURARAI son muy disciplinados, pacientes y respetuosos, todos llegaban a la empresa con sus uniformes siempre limpios, no utilizaban el calzado de seguridad tradicional con la punta reforzada, ellos tenían unos zapatos que más bien parecían deportivos, su uniforme era una camisa de manga corta y pantalón de tela color gris oscuro. Todos, sin importar la jerarquía que tuviesen portaban como parte del uniforme, una cachucha gris con el logotipo de la empresa, que era una letra “K” grande y en letras rojas. Y por las mañanas antes de comenzar la jornada, todos se reunían en la oficina del jefe principal, para recibir instrucciones.

Un día después de almorzar Julio le ofreció al señor Ishida un mango maduro y grande de los que había traído Carmona de su casa. Ishida lo rechazó gentilmente, pero arrugando la cara y diciendo algo así como: (Skide vanaí) . A Julio le sorprendió que no lo aceptara y por la tarde antes de salir le preguntó a Takoada, que significaba lo que había dicho Ishida cuando rechazó el obsequio. La respuesta fue que “a los japoneses el olor del mango maduro le resultaba desagradable”.

No saben lo que se pierden dijo julio para sus adentros, mientras le clavaba el diente a la concha del sabroso mango.

Pasaron tres años sin novedades, Julio cambió el Fairlane 500 que tantas vainas le echaba por un Plymouth sedan color verde del año 66 que si funcionaba bien.  Carlota tuvo su tercer hijo, que también fue un varón al cual pusieron por nombre Argenis.

Como ahora Julio tenía carro y Carmona también, les resultaba mucho más fácil reunirse con Valera y Pacheco los fines de semana, para tomarse las cervecitas, escuchar música  y sellar el cuadrito del 5 y 6 en el cual tenían puestas muchas de sus esperanzas. Ahora las reuniones de estos amigos ya no eran en el Copacabana, casi siempre era en un lugar diferente en Maracay, y así fue como poco a poco conocieron “Las cuatro esquinas”, “El Ávila”, “El Paraguaná”, “El Alma Llanera” “La Laguna seca”, “El Beer Garden” “La Paella Valenciana” , “El Turpial” y otros buenos lugares de la ciudad. 


Ese fin de semana, se habían puesto de acuerdo para ir con sus respectivas esposas a cenar en “El Rancho de Adilia”, un bar restaurante donde presentaban artistas venezolanos en vivo y que estaba ubicado en la Avenida Bolívar frente a la Catedral de Maracay, pero cuando llegaron el negocio había cerrado por duelo. Había muerto la dueña, la señora Adilia Castillo.







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