Cuentos de Julio (10)
No le gustó el olor de un mango
maduro.
Roberto Rolo Luis.
El carro que
compró Julio era bonito por fuera y por dentro, pero la verdad es que no estaba
bueno. Para venderlo rápido, lo habían trampeado en muchas de sus partes mecánicas.
Cuando no era el carburador que se inundaba, era el tren delantero que se
desajustaba, los amortiguadores, los frenos o el alternador. Poco a poco y
gastando dinero, se fueron reparando las fallas que se iban presentando, pero la
verdad es que con un vehículo así no se podía ir a trabajar a Valencia, ya que en
cualquier momento se accidentaba en la autopista y entonces sí saldría caro el
regreso a Maracay.
Por la
década de los 60 y gracias a la publicidad que se hacía en todos los medios, los cigarrillos con filtro se comenzaron a ver
como "más seguros", se decía que reducían el alquitrán y el humo de
la nicotina hasta en un 50%, y fue por eso que Carmona, Julio y Valera dejaron
de fumar “Alas” y se cambiaron para el “Astor Rojo con filtro”. Como el auge de los consumidores de
cigarrillos con filtro era grande y seguía en aumento, la empresa Celanese se propuso
fabricar las fibras de celulosa que se usaban para la elaboración de esos
filtros.
El turno de
trabajo en Celanese era de 8.00 am a 4.30 pm y como Carmona vivía en el Limón y
Valera en la Coromoto, se habían puesto de acuerdo para venirse juntos todos
los días a las 6.30 de la mañana. Julio se enteró y le dijo a Carmona que si no
le importaba, todos los días lo esperaría frente a la Pescadería la Estrella,
la que está en la avenida Bolívar, para irse juntos y que además, colaboraría para los gastos de la
gasolina y el aceite del carro.
El trabajo
de estos amigos no fue distinto al que ya habían realizado en otras
oportunidades, los procesos de extrusión y estirado en “Celanese” eran muy
parecidos a los de Fibras “Sintéticas Venezolanas”, que fue la última empresa donde trabajaron. La única
y la gran diferencia ahora era la extrema seguridad que había que observar en todos
los trabajos, para evitar una chispa que pudiera generar la explosión de los
vapores de acetona que se acumulaban en el ambiente.
Los martillos y todas las
demás herramientas que utilizaban los mecánicos eran de bronce, las ruedas de las
carruchas eran de goma, los taladros eran neumáticos, todo trabajo mecánico debía
realizarse en el taller y llevarse listo a la planta para instalarlo; era
imposible y estaba absolutamente prohibido soldar o martillar cualquier cosa dentro
del área de montaje.
Y los amigos aprendieron a trabajar con extrema seguridad.
Ellos sabían que a ese montaje le faltaba poco para concluir y que no sería
fácil que les ofrecieran quedarse como mecánicos cuando la planta arrancara. Su
domicilio en Maracay era una limitante muy importante para la empresa y para
ellos también.
Valera fue
el primero que se retiró antes que el trabajo concluyera, se vino a trabajar como mecánico a una empresa
de Maracay. Al poco tiempo fue Carmona quien aceptó un puesto como supervisor
de Calderas, en la empresa Eveready. La
cosa se puso fea para Julio, ahora no tenía ninguno de sus amigos que le diera
la cola, no podía cumplir con el horario, ni podía seguir viajando todos los
días en autobús hasta Valencia. Casi siempre llegaba tarde y eso no le gustaba
ni a Julio, ni a su jefe.
Un día
estando en el comedor, un señor que trabajaba en el área de producción le dijo:
-¿Sabe que
unos Japoneses compraron la fábrica donde ustedes estaban trabajando en
Maracay? -Yo tengo un hijo que vive en
Campo Alegre y ayer me dijo que llenó
una planilla, para ver si le daban trabajo en esa empresa.
A Julio se
le encendieron los motores, comenzó a preguntar y confirmó que la empresa
KURARAY de Japón, había comprado las instalaciones de "Fibras Sintéticas
Venezolanas" para ponerlas a funcionar y que ya se encontraban realizando
modificaciones en sus instalaciones. El lunes Julio no fue a Valencia, se
dirigió directamente a la empresa para ver si era cierto que pronto reanudarían
operaciones y ofrecer sus servicios.
-Buen día le dijo al vigilante, desde la reja que limitaba el acceso.
-Buen día,
¿que desea?
-Yo trabajé
aquí durante muchos años como mecánico y quería saber si hay algún chance para
regresar.
-Espere un
momento que lo voy a anunciar con el señor Takoada, él es japonés pero es el
único que habla español.
Julio se
entrevistó con el señor Takoada y se sorprendió al verlo, parece mentira, pero era
la misma persona que tenía una tienda de juguetes y bisutería en la Avenida
Santos Michelena, en el centro de Maracay, la misma donde había comprado los regalos del
niño Jesús para sus hijos en diciembre. Conversaron un rato y Takoada le dijo
que él no era mecánico y que lo habían contratado solamente como interprete durante el periodo
del desmontaje y montaje de los equipos.
La nueva empresa se llamaba KURAVEN y
había enviado desde Japón a 4 técnicos electricistas y 6 ingenieros mecánicos, para evaluar las instalaciones de la planta y ver la forma de simplificar varios
de los procesos. Takoada le pidió el Curriculum a Julio, le dijo que hablaría
con el señor Ishida y que lo llamaría al día siguiente para informarle.
Y al día siguiente lo llamó y le dijo que sería ingresado al equipo de montaje.
Esa misma tarde Julio fue en autobús hasta Valencia y presentó su renuncia. El
miércoles por la mañana Julio comenzó una nueva experiencia laboral. La planta
que era prácticamente nueva y que no había trabajado casi nada, estaba siendo
desmontada en su totalidad; cada pieza o equipo que se bajaba era fotografiado desde
distintos ángulos por los técnicos japoneses, las fotos se enviaban a la casa
matriz para que evaluaran si dejarlas o cambiarlas por otras.
La forma de
comunicarse ahora no era fácil, algunos de los técnicos japoneses hablaban algo
de inglés y en todo caso se comunicaban con el personal venezolano por medio de
señas o llamaban al señor Takoada. Era cuestión de tiempo para que ellos
aprendieran a hablar español o que nosotros aprendiéramos algo de japonés.
La
jornada de trabajo era diferente, comenzábamos a las 9 am hasta
las 12 y por la tarde desde la 1pm a las 5 pm. Una novedad de la jornada era que todos los días
a las 11 de la mañana, había un receso para que saliéramos al patio a fumar. El
señor Ishida que era el jefe del grupo donde estaba Julio, era un gran fumador. Cuando llegaba la hora, paraba cualquier cosa que se estuviera haciendo, se llevaba la mano derecha a su boca y con
los dedos índice y medio como si tuviera agarrado un cigarrillo nos hacía señas
y nos decía a todos algo que sonaba más o menos así: (Kisin siká) era el
momento de salir 10 minutos para descansar o fumar.
Los
aislamientos de asbesto y fibra de vidrio de las tuberías y las válvulas de toda la
planta se desmontaron casi en un 70%. A los
seis meses, la mayoría de los técnicos que habían venido de la Kurarai
regresaron a su país. En KURAVEN solamente quedamos 12 venezolanos, entre
mecánicos y ayudantes, nos dejaron la responsabilidad de limpiar a fondo la
planta y pintar en 6 semanas todos los equipos que se habían desmontado. Las instrucciones se recibían del señor Ishida, quien a su vez las transmitía a
Takoada, que aun cuando no era nuestro
jefe, era el único que podía leer, hablar y escribir en japonés.
Los
trabajadores de la KURARAI son muy disciplinados, pacientes y respetuosos, todos
llegaban a la empresa con sus uniformes siempre limpios, no utilizaban el
calzado de seguridad tradicional con la punta reforzada, ellos tenían unos
zapatos que más bien parecían deportivos, su uniforme era una camisa de manga
corta y pantalón de tela color gris oscuro. Todos, sin importar la jerarquía
que tuviesen portaban como parte del uniforme, una cachucha gris con el logotipo
de la empresa, que era una letra “K” grande y en letras rojas. Y por las mañanas antes
de comenzar la jornada, todos se reunían en la oficina del jefe principal, para
recibir instrucciones.
Un día después
de almorzar Julio le ofreció al señor Ishida un mango maduro y grande de los
que había traído Carmona de su casa. Ishida lo rechazó gentilmente, pero arrugando
la cara y diciendo algo así como: (Skide vanaí) . A Julio le sorprendió que no lo
aceptara y por la tarde antes de salir le preguntó a Takoada, que significaba
lo que había dicho Ishida cuando rechazó el obsequio. La respuesta fue que “a
los japoneses el olor del mango maduro le resultaba desagradable”.
No saben lo
que se pierden dijo julio para sus adentros, mientras le clavaba el diente a la
concha del sabroso mango.
Pasaron tres
años sin novedades, Julio cambió el Fairlane 500 que tantas vainas le echaba
por un Plymouth sedan color verde del año 66 que si funcionaba bien. Carlota tuvo su tercer hijo, que también fue
un varón al cual pusieron por nombre Argenis.
Como ahora
Julio tenía carro y Carmona también, les resultaba mucho más fácil reunirse con
Valera y Pacheco los fines de semana, para tomarse las cervecitas, escuchar música
y sellar el cuadrito del 5 y 6 en el
cual tenían puestas muchas de sus esperanzas. Ahora las reuniones de estos
amigos ya no eran en el Copacabana, casi siempre era en un lugar diferente en
Maracay, y así fue como poco a poco conocieron “Las cuatro esquinas”, “El Ávila”,
“El Paraguaná”, “El Alma Llanera” “La Laguna seca”, “El Beer Garden” “La Paella
Valenciana” , “El Turpial” y otros buenos lugares de la ciudad.
Ese fin de
semana, se habían puesto de acuerdo para ir con sus respectivas esposas a cenar en “El
Rancho de Adilia”, un bar restaurante donde presentaban artistas venezolanos en
vivo y que estaba ubicado en la Avenida Bolívar frente a la Catedral de Maracay, pero cuando llegaron el negocio había cerrado por duelo. Había muerto la dueña, la señora Adilia Castillo.
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